miércoles, 24 de julio de 2013

"3 países, 9 vidas" <> CAPÍTULO 16

Eran las 5 de la madrugada en el hospital central de Florencia. Varias personas descansaban en la sala de espera de urgencias. Aunque se les había dicho que se podían ir a sus casas a descansar, sólo unos pocos se fueron, entendiendo también que no se podía estar tanta gente en una sala de espera. Los que quedaban eran nuestros protagonistas, los padres del afectado, los padres de Momo y Joe, e incluso los padres de Phillip y Fabio que habían llegado nada más saber la implicación de sus hijos: los chicos también decidieron quedarse. Todos se encontraban disgregados por toda la sala, unos sentados y otros de pie. Ninguno decía nada: tampoco nadie sabía qué decir.


Los padres de Salvatore se encontraban cerca de la puerta tras la cual su hijo estaba siendo operado. Ángela caminaba de un lado a otro del pasillo con los ojos hinchados y rojos, todavía llorando; sin embargo, Mario estaba sentado en una silla con los codos apoyados en las rodillas y sus manos hechas un fuerte puño sobre su boca. Su mirada estaba llena de preocupación y angustia.

A su lado se encontraban los padres de Momo y Joe intentando ser un apoyo para sus amigos, pero claramente ellos también se veían muy afectados por la situación. Junko y Anne se levantaban de vez en cuando para preguntar a los compañeros de trabajo que se encontraban en el hospital si sabían algo, pero siempre obtenían la misma negativa como respuesta.

Los padres de Phillip y Fabio se encontraban muy asustados por lo que había ocurrido, por eso intentaron convencer a sus hijos de que fuera a casa a descansar pero ellos se resistían y finalmente, avisando de su partida a los demás adultos y pidiendo por favor que les avisaran si pasaba algo, se marcharon del hospital.

Momo se encontraba sentada junto a una desconsolada Eli. Le abrazaba por los hombros intentando que se calmara, conteniendo sus lágrimas. Hina apoyaba su cabeza en el hombro de su hermana mientras que dormía profundamente, dándole la mano a su hermana mayor a modo de consuelo. Fabio a su lado se había quedado dormido mientras intentaba leer una revista, sin mucho éxito, y ésta descansaba sobre su cara tapándosela. Lenna dormía sobre el hombro de Phillip y éste a su vez se había quedado dormido sobre la cabeza de Lenna.

Unos asientos más para allá Joe se encontraba solo, sentado de la manera más despreocupada. Su cabeza estaba a poyada en la pared y miraba al techo con expresión vacía.

En los asientos cercanos a las ventanas estaban Marc y Valen, ambos dados de la mano y con gestos graves, mirando hacia el cielo que empezaba a iluminarse entre las nubes de nieve. A su lado se encontraba Lora con gesto serio, acariciando distraídamente el pelo de Step que descansaba sobre el regazo de la chica.

Carl y Mariana comenzaron a ver noticias en sus móviles sobre lo ocurrido aquella noche. Por lo visto, la noticia se había convertido en una noticia internacional que se extendía por todo el mundo. Ante tal cantidad de noticias de lo sucedido, ambos decidieron dejar de buscar  e intentar reflexionar y pensar en positivo en cuanto a la situación de su amigo.

+.-o-.+

Las dos puertas de la sala de operaciones se abrieron dejando salir al cirujano que se había encargado de operar a Salva. Inmediatamente todos se pusieron en pie.

-Adriano… ¿qué tal? –preguntó Junko con preocupación.

 Adriano suspiró, pero después esbozó una leve sonrisa de alivio. Miró a todos los presentes en la sala y se dio cuenta de que tendría que hablar lo suficientemente en alto como para que pudiesen escucharlo.

-Salvatore está bien y se encuentra estable –declaró primeramente. Todos se miraron entre sí con lágrimas de alegría en los ojos.

-¿Entonces, la operación ha sido un éxito? –preguntó Mario, el padre de Salva, abrazando a su esposa quien estaba muy emocionada como para hablar. El cirujano asintió, complacido.

-Ha sido difícil… Ha habido algunas complicaciones, sobre todo en el momento de extraer la bala –explicó- Estaba incrustada justo debajo del ventrículo derecho del corazón, pero por suerte no ha rozado ni dañado ningún músculo, y más importante, la vena cava. También le hemos colocado las cuatro costillas rotas de ambos costados y hemos vendado la pierna izquierda que se encontraba dislocada. Por último, hemos tratado las demás heridas superficiales además de las contusiones –dijo de corrido. Paró unos segundos y continuó- Ahora se encuentra durmiendo, por suerte no ha entrado en estado de coma. Señores Cardanni –miró a los padres de Salvatore- No se preocupen por nada, vuestro hijo estará como nuevo dentro de, más o menos, dos meses. Es un chico muy fuerte –aseguró sonriéndoles amablemente.

-Mu-Muchísimas gracias –consiguió balbucear Ángela, mirándole con eterno agradecimiento.

-Sólo hago mi trabajo, señora –contestó complacido- Esto es todo. Podéis entrar en la habitación para verle –y con una sonrisa se despidió.

Junko y Anne le acompañaron mientras que los padres de Salva preguntaban en la recepción cual era la habitación de su hijo. Lo habían llevado a una habitación en la misma planta donde estaban, por lo tanto, decidieron ir poco a poco todos y mientras seguir esperando en la sala de espera.

-Eli… Vamos, ¿quieres ir? –preguntó Momo con voz un poco más animada. Pero su amiga negó levemente con la cabeza- ¿No? –exclamó sorprendida.

-Ve… tú primero –respondió levantando la mirada con una sonrisa lastimera- Después iré yo –dijo dándole un pequeño apretón en el brazo- Gracias por estar a mi lado, Momo, pero creo que hay otra persona que te necesita –agradeció señalándole  Joe, quien salía de la sala para ver a su amigo.

Momo asintió y le dio un abrazo. Antes de seguir a Joe, le echó un último vistazo y le sonrió. Después de todo, entendía que su amiga quisiera ser la última en verlo.

+.-o-.+

Eli entró en la habitación conteniendo la respiración. Después volvió a respirar profundamente para observar a Salva. Se encontraba arropado por una sábana blanca y tenía inyectado suero en uno de los brazos. Respiraba tranquilamente por unos pequeños y finos tubos que tenía en la nariz. Tenía vendajes por todo el cuerpo y su pierna izquierda se encontraba colgando de una pequeña cuerda alrededor de la escayola. Como ya había dicho el médico, estaba dormido. El padre de Salva, que había salido justo cuando ella iba a entrar, le había dicho que su esposa se encontraba también dormida en el pequeño sofá que había en la habitación. Allí la vio: acurrucada incómodamente, frunciendo levemente el ceño. Eli sonrió vagamente y volvió a arroparla cuidadosamente con la manta que estaba ya en el suelo. Ángela dejó de fruncir el ceño y se agarró a la cálida manta dejando escapar un suspiro.

Eli se giró hacia Salva. Se veía tan pacífico, tan calmado… Sonrió con alegría al pensar que por fin podía descansar completamente, sin ninguna preocupación. Cogió una silla que había al lado de la puerta y se sentó al lado de la camilla. Le acarició suavemente la mejilla y después cogió entre sus dos manos la de él, llevándola hacia sus labios y dejando un pequeño beso en sus dedos. Sintió que el chico fruncía levemente los labios y movía un poco la mano que ella tenía. El dedo pulgar del chico acarició tiernamente sus manos. Eli se mordió el labio inferior y, mientras que una pequeña lágrima le caía de sus claros ojos, llevó la mano de Salvatore a su mejilla, sintiendo su calidez. Y en un suspiro dijo:

-Te estoy esperando…

+.-o-.+

Momo se encontraba sentada en un banco con la cabeza de Joe en su regazo. Ella le acariciaba el oscuro pelo con sus delicados dedos, mientras él mantenía ocupada la otra mano de la chica entre las suyas.

Sora había alcanzado a Joe justo cuando iba a entrar en la habitación de Salva. Lo llamó y con una hermosa sonrisa de comprensión, cogió la mano de su novio y ambos entraron en el séptico cuarto. Al ver la situación de su amigo, Momo apretó fuertemente los labios para retener el llanto mientras que Joe miraba con gran impotencia el rostro dormido de su amigo a la vez que apretaba la mano de Momo. Joe estiró la mano libre y apretó levemente la mano de su mejor amigo y Momo se acercó a retirarle de la cara el pelo rebelde que siempre se separaba del flequillo de Salva. Siempre que lo veía le hacía lo mismo y ambos se sonreían con diversión ante aquel gesto amistoso que tenían los dos. Le observaron unos momentos más y se fueron sin decir nada.

Cuando salieron, Joe no se detuvo y guió a Momo a la salida del hospital-. Necesito despejarme –respondió el chico cuando Momo le preguntó hacia donde iban. La chica no puso ningún impedimento. Ella también necesitaba respirar un poco de aire puro.

El sol ya había empezado a aparecer detrás de las nubes. Había parado de nevar y hacía un frío seco, estático. Joe se paró delante de un banco en un parque que estaba justo al lado del hospital. Soltó la mano de Momo para limpiar el banco de nieve. Cuando se volvió hacia Momo, ella le dio un beso cálido y necesitado. Joe le atrajo hacia él poniendo sus manos en la cintura de la chica, correspondiendo desesperadamente al beso. No sabía cuánto la necesitaba en aquellos momentos. Cuando pararon para respirar, se encontró con los hermosos ojos de Momo brillando de forma extraña. Iba a preguntarle qué le pasaba pero la chica se separó de él, se sentó en el banco y dándose unas palmaditas en el muslo y una sonrisa, dijo:

-Vamos, pon tu cabeza aquí… Necesitas mimitos –ordenó con voz dulce.

-“Oh, Dios, muchísimas gracias por mandarme a este ángel…” –pensó Joe mientras que obedecía gustosamente a su novia. Su emoción aumentó más al sentir los dedos de Momo enredarse en su pelo. Dejó salir un suspiro y buscó la otra mano de la chica para tenerla entre las suyas. Cerró los ojos.

-No te culpes, Joe. Todos hemos hecho lo que hemos podido, pero ninguno se había dado cuenta del peligro hasta que fue demasiado tarde… No quiero que cargues con ese pesado sentimiento tú solo: me tienes a mí para eso. Todos nos ayudamos mutuamente, Joe, recuérdalo. Me tienes a tu lado para lo que sea –dijo Momo animando a su novio, quien había abierto los ojos cuando empezó a hablar, y cuando terminó se llevó la mano de Momo a su boca y la besó con una sincera sonrisa en sus labios.

De repente, grandes y húmedas lágrimas empezaron a caer de los ojos de Momo y Joe se alarmó. Antes de reincorporarse vio el mismo brillo extraño en los ojos de ella-. Hey, cariño, ¿qué pasa? –preguntó preocupado el chico mientras le abrazaba.

-Tenía miedo, estaba asustada… -sollozaba Momo dejando salir esos sentimientos que había guardado desde que se enteraron del peligro que corría Salvatore-. A pesar de que tenía que ser fuerte, tenía mucho miedo… Miedo por nuestras hermanas, miedo por Salva, miedo por ti, por mi, por todos… -lloraba desconsolada en los brazos de Joe.

-Sh… Has sido la más fuerte de todos, Momo. Has salvado a las hermanas pequeñas, a otros dos muchachos y primero te has preocupado en consolar a Eli y después a mí… -dijo el chico en el oído de Momo- Ahora deja que te consuele yo a ti, deja que te libere del miedo que sientes –dijo cogiendo su cara llorosa entre sus cálidas manos- Porque tú también me tienes aquí para lo que sea. Estoy a tu lado, Momo, siempre –dijo apoyando su frente contra la suya, rozando con su nariz.
Momo cerró los ojos, sintiendo las palabras de Joe. Llevó sus manos a las de él y comenzó a tranquilizarse. Joe la sintió tan débil, tan frágil y pequeña que hizo que quisiera protegerla de cualquier mal.

-Te amo tanto… -susurró Momo reprimiendo un pequeño sollozo.

-Yo también, pequeña, yo también –sonrió tiernamente.

Acortó la pequeña distancia que había entre sus labios y la besó suavemente, cuidándola, amándola…. Momo se dejó llevar por aquella calidez que le apartaba de la inseguridad y el miedo.
Oh, Kami-sama, cuánto le necesitaba.

+.-o-.+

-Mamá, ¿me das dinero, onegai? –pidió con tono aburrido Hina a su cansada madre.

Junko levantó una ceja, insegura-. ¿Para qué? –preguntó.

-¡Mooo! –se quejó la chica- ¿Pues para qué va a ser? ¡Para ir de compras! Llevamos cuatro horas aquí metidos y, además de estar aburrida, este ambiente depresivo hace que quiera llorar –dijo molesta pero con lágrimas en los ojos.

Su madre sonrió levemente, comprendiendo que su pequeña lo estaba pasando mal también-. Está bien, cariño, pero solo tengo 70 euros en el monedero –consintió mientras cogía cuidadosamente su bolso para no despertar a su marido recargado sobre ella.

-Con eso me vale: yo tengo 30 euros en el bolsillo –dijo más animada al tener el dinero en las manos.

-Vale, pero ve con alguien, ¿de acuerdo? Todavía no me siento muy segura debido a lo que os ocurrió anoche –dijo con preocupación en su rostro.

-No te preocupes, oka-san, arigatou –agradeció dándole un beso en la mejilla.

Se despidió de ella y se acercó a sus amigos que estaban sentados juntos en una mesa en la cafetería del hospital. La vieron llegar con una sonrisa y meneando en su mano los billetes de dinero.

-¡Lo conseguí! ¿Alguien viene de compras? –preguntó mirando a cada uno de los presentes.

Ellos se miraron entre sí-. Me apunto –dijo con una sonrisa Fabio sin pensárselo mucho- Tengo dinero suficiente para comprarme algo –explicó guiñándole un ojo a Hina, haciendo que se sonrojara un poco-. ¿Venís? –preguntó girándose para mirar a Philip y Lenna.

-Me quedo; lo siento, pero hoy no me siento bien –dijo un poco contrariada Lenna. En realidad tenía ganas de ir pero se sentía un poco mal desde la noche anterior…

-Yo también. Alguien tiene que hacerte compañía, ¿no crees? –preguntó Philip a Lenna con una sonrisa. Desde que se conocieron se habían caído muy bien y habían hablado de muchas cosas que tenían en común y se habían ido conociendo rápidamente. La chica se sonrojó imperceptiblemente- Además, no soy buen consejero de moda, y lo sabes Fabio, pero parece que has encontrado a alguien que sí –dijo divertido mirando a Fabio e Hina.

-¿Verdad? –exclamó el rubio abrazando a Hina por los hombros haciendo que ésta se sonrojara aun más.

La japonesa carraspeó la garganta con vergüenza y Fabio se separó de ella un poco ruborizado. Se acercó a Lenna y le dio un abrazo-. Descansa, Lenna-chan –dijo cariñosamente sonriéndole. Lenna le devolvió la sonrisa. Ella era la que había sufrido más de las dos ya que había sido amenazada de muerte. Hina entendía que no quisiera ir con ella, pero ella era incapaz de soportar estar más tiempo allí-. Cuídala, ¿eh? –ordenó a Philip quien asintió con una pequeña sonrisa.

Se despidieron de ellos y se encaminaron a la salida. Justo cuando iban a salir, entraron Joe y Momo abrazados y con las mejillas sonrojadas del frío exterior-. ¿A dónde vas, Hina? –preguntó Momo cuando se cruzaron.

-Buf –bufó un poco molesta- De compras: oka-san, me ha dejado, ¿contenta? –respondió a modo de contestar todas las preguntas que venían después.

-Oye, no seas tan brusca con tu hermana –reprendió Joe con cansancio. Estaba cansado de todo, sobre todo del modo tan altanero con que Hina trataba a Momo.

En cambio, Momo suspiró y quitándose la bufanda que descansaba en su cuello, se acercó a su hermana, se inclinó y rodeó con ella el cuello de su hermana pequeña- ¿Pensabas salir sin abrigarte el cuello, nee-chan? –preguntó bajito a la niña con una pequeña sonrisa.

Hina desvió la mirada con pena-. Sí, ¿pasa algo? –preguntó enfurruñada. Momo sonrió aun más y se separó de ella- Y tú –llamó a Joe quien la miró de reojo-. Aunque seas mayor y mi cuñado eso no significa que pueda hacer y hablarle a mi hermana como me dé la gana, ¿entiendes? ¡Es mía! –sentenció seria mientras cerraba la puerta de salida del hospital sin dejar que Fabio se despidiera siquiera. Momo se quedó sorprendida mientras que Joe sonreía divertido de lado. Esa enana… tenía dos cojones bien puestos.

-Eres muy protectora con tu hermana, ¿no? –preguntó divertido Fabio mientras era arrastrado por las calles por una molesta Hina.

La chica se fue tranquilizando y fue parando. Miró con ojos brillantes la bufanda de su hermana-. Es que se parece tanto a mi madre que no puedo evitarlo –explicó con una pequeña sonrisa tierna- Son las dos tan buenas y cariñosas que hacen que me sienta mal –dijo divertida- Yo me parezco más al gruñón de mi padre –afirmó con orgullo.

-¿Gruñón? Pero si es muy divertido, hasta ha hablado con mis padres y los de Philip para que nos pudiéramos quedar y los ha hecho reír un par de veces… a nosotros también, ahora que lo recuerdo –dijo con gesto pensante recordando el rostro afable del padre de su amiga.

-Sí, pero mejor que no lo enfades –dijo Hina riéndose a carcajadas- Y a mí tampoco –advirtió divertida.

-Lo tendré en cuenta –contestó del mismo modo Fabio- Bueno, nos vamos de compras, o qué.

-¡Sí! –chilló emocionada tomándole de la mano y echando a correr por las calles de Florencia.

Aquella chica llena de vitalidad y con gran carisma le hacía sentir de forma diferente a cuando estaba con Philip u otras personas, en especial chicas. Le gustaba probar de la libertad que transmitía Hina.

Entraron en cada tienda que se les ponía a la vista y en cada una de ellas encontraban algo que les gustaba y lo compraban. Hubo una vez que se compraron unos pantalones a juego, quedando en que un día que volvieran a salir juntos se los pondrían a la vez. Ambos quedaron asombrados por el buen estilo para vestir de ambos. Tanto tenían en común que hasta oyeron cómo las dependientas y algunos clientes (chicos y chicas) murmuraban sobre ellos cosas como: “qué bien visten los dos… hacen buena pareja, ¿no crees?” o “¡Oh! Yo también quiero tener un novio así de guapo y que vista igual de bien… ¡Qué morro!” e incluso “Oye, oye, fíjate en esa pelirroja… Si no estuviera acompañada por ese rubito le pediría que fuera mi asesora de imagen… y algo más”, decían los chicos a los cuales Fabio miraba con desprecio y molestia. ¿Por qué? No lo sabía, pero ya había dicho antes que se sentía diferente con aquella chica. Normalmente, él hubiera echado un vistazo a los chicos y hubiera fantasíado con ellos un rato si eran lo bastante guapos  (nadie podía compararse al cuñado de Hina, pero qué más da…) pero teniendo a su lado a una chica que al ver su sonrisa le hacía sonrojarse, no podía más que protegerla de comentarios indebidos. Rieron, jugaron y comieron de puestos de comida rápida que se encontraban por la calle, olvidando por completo la tristeza que los poseía horas atrás.

Cuando acabaron sus compras decidieron ir a un parque a tomarse un chocolate caliente después de haberse tomado un perrito caliente como comida. Ya era medio día pero seguía haciendo mucho frío. Compraron el chocolate y se sentaron en un banco a conversar y ver cómo pasaba la gente.

-¡Atsui! (¡Quema!) –susurró Hina con disgusto cuando probó un sorbo. Cerró los ojos con sorpresa y frunció los labios. Cogió el vaso de papel con las dos manos, calentándolas. Sopló suavemente un par de veces sobre el espeso líquido y volvió a llevarse el vaso a los labios con más cuidado. Bebió lentamente y tragó de la misma manera-. Mmm –gimió placentera al sentir el dulce sabor y la calidez del chocolate en su garganta. Sus mejillas se tornaron de un lindo rojo al entrar en calor. Sus labios habían quedado manchados por el chocolate, formando una fina línea sobre ellos.

Fabio no sabía dónde meterse: había estado viendo aquella escena con tal atención que hasta pensó que estaba empezando a excitarse por la visión… Pero eso era imposible. El era gay, ¿no? ¿Entonces por qué se sonrojaba y sentía un cálido dolor en su estómago cada vez que Hina mostraba su lado tierno?

-¿Pasa algo? –preguntó Hina mirándole con ojos empañados por el vapor que salía del vaso de chocolate.

-No, no… Es solo que me siento extraño –respondió diciendo la verdad a medias.

-Será porque tienes frío –dijo mientras se acercaba a él y se apoyaba sobre su hombro, quedando muy juntos, rozándose el uno al otro-. ¿Mejor? –preguntó con una sonrisa inocente.

Fabio solo atinó a asentir nerviosamente con la cabeza mientras intentaba que toda la sangre no se le subiera de golpe a la cara dejando ver su estado-. “No, no estoy mejor… ¿Cómo voy a estarlo cuando la chica que me está confundiendo con respecto a mi sexualidad se acerca a mí para entrar en calor?” –pensó frunciendo levemente el ceño para que Hina no se diera cuenta de su batalla interna.

Bebió un poco del chocolate e intentó relajarse. Lo consiguió: esperaba pensar con mayor claridad. Miró hacia abajo, hacia su hombro y escuchó cómo la chica tarareaba alegremente una melodía que parecía oriental mientras tocaba distraídamente la pulsera que le había regalado él como signo de su reciente amistad. Sonrió y apoyó un poco su cabeza sobre la de ella. Luego suspiró con resignación.

-“Bueno, Fabio” –se dijo mentalmente a sí mismo- “Después de dos años y medio siendo gay creo que es hora de un ligero cambio… Ser bisexual no está mal, ¿no crees?”

+.-o-.+

-¿Se puede? –preguntó Michaelo asomándose por la puerta de la habitación de Salva.

Eli se dio la vuelta sorprendida-. Michaelo… -murmuró su nombre.

El chico entró silenciosamente en el cuarto, cerrando cuidadosamente la puerta tras de sí. Caminó hasta quedar al lado de la silla donde estaba sentada Eli y en frente de la camilla de Salva.

-Me han dicho que todo ha salido bien –dijo el chico mirando a Salva con rostro indescifrable.

-Sí… -contestó Eli bajando la mirada.

-Lo siento… De veras que lo siento –se disculpó crispando el gesto y apretando los puños-. Sé que no debería hacerlo, pero es que me siento tan culpable… Desde que os conozco he cambiado y me he dado cuenta de que desde un principio me dejé llevar por  Gianluca y Raffaelo y que yo nunca había sido como ellos ni lo sería jamás; y ahora es cuando más me arrepiento de haber estado con ellos… Pero duele mucho, porque… eran mis amigos después de todo… y me siento muy decepcionado con ellos por haberle hecho esto a otro que podría considerar mi amigo, y… -hablaba entre sollozos y lágrimas.

Eli se levantó y abrazó muy fuerte a Michaelo-. Te comprendo Michaelo. Sé que duele ver cómo tus amigos hacen mal las cosas cuando tú se lo advertiste y no te hicieron caso… Pero tú nos tienes a nosotros y ten por seguro que ya te vemos como uno más de la pandilla –dijo separándose de él y sonriéndole con ánimo. Michaelo, quien había correspondido al abrazo torpemente,  hizo un amago por sonreír- Venga, vamos que me vas a hacer llorar a mí también –dijo Eli volviendo a abrazarle con lágrimas en los ojos. Le acarició la espalda, consolándole como si fuera un niño pequeño-. “Bueno, eso es lo que parece ahora… ¡Qué lindo!” –pensó alegre la chica mientras sentía cómo Michaelo se apartaba de él y se secaba las lágrimas con el dorso de la mano.

-Muchas gracias, E… -agradeció un tanto sonrojado por la inseguridad de no saber si llamarle por su nombre o por su mote.

-Llámame Eli: somos amigos, ¿no? –dijo con un grácil guiño.

-Eli –llamó Michaelo con una sonrisa.

+.-o-.+

Momo y Joe se habían acercado a sus casas para descansar y cambiarse, dejando muy claro a los que se habían quedado en el hospital que llamasen si Salva se despertaba. Ya eran las nueve de la noche y ambos decidieron pedir una pizza para cenar. Joe se cambió rápidamente: unos pantalones vaqueros, una sudadera negra con el símbolo de la marca Dikies en el pecho y unas Converse del mismo color. Salió de su casa y de un salto ya estaba en el jardín de Momo. Cogió las llaves que la chica le había dicho que estaban escondidas debajo de un macetero y abrió la puerta. El cálido aire que salía de la calefacción le pegó en toda la cara, y después de haberse limpiado la nieve de las zapatillas y se las quitó dejándolas en un zapatero que había en la entrada. Ya estaba acostumbrándose a las costumbres japonesas de la familia de su novia y le parecían muy interesantes. Subió las escaleras y recorrió el oscuro pasillo hasta llegar a la puerta blanca tras la que se encontraba la habitación de Momo. Entró y escuchó que la chica se estaba duchando. Se sentó en la silla del escritorio y observó la habitación con gesto tranquilo, iluminado tenuemente por la luz violácea que despedía una pequeña lámpara en una de las mesillas al lado de la cama. Era una habitación amplia y decorada por colores tipo pastel: blanco, violeta, rosa, verde y azul. Las paredes estaban decoradas con finos y detallados dibujos de árboles de cerezo que se entremezclaban con el color azul del cielo que coincidía con el techo de la habitación. El suelo era de madera verde que hacía como la base en la que se apoyaban esos cerezos. Era como estar en un pacífico y precioso valle. Había estado muchísimas veces en ese cuarto pero siempre que entraba era como si lo viera por primera vez. Sonrió al ver los peluches de Naruto en una estantería rodeados de otros más, pósters de sus personajes preferidos de anime y fotos de ellos en marcos blancos. Su iPod blanco reposaba en su base también blanca y el ordenador y la impresora de la marca que tanto le gustaba tanto a ella como a él: Apple. Estaba todo en perfecto orden, y en eso los dos eran iguales: los dos eran perfeccionistas y ordenados. Tomó el iPhone de Momo en la mano y lo desbloqueó. La foto de todo el grupo que hacía de fondo en la pantalla de bloqueo desapareció y la sustituyó otra foto, esta vez de ellos dos: Momo le abrazaba y tenía su cara sonriente apoyada en su pecho mientras que él le rodeaba la cintura con un brazo y con el otro se revolvía el pelo mientras le sonreía a ella, sólo a ella no a la cámara.

-“Siempre ha sido ella” –pensó haciendo una mueca con la boca.

-Joe… Pensaba que estabas esperándome abajo –dijo la suave voz de Momo.

Joe levantó rápidamente la vista encontrándose con los avergonzados ojos melocotón de Momo. Se fijó en que sólo traía una toalla roja rodeando su cuerpo dejando ver sus níveas piernas, todavía un poco húmedas por la ducha. Dejó de pervertirse más con el cuerpo de su novia y volvió a mirarla sin saber qué decir ante la situación. Ella tenía sujeta la toalla con una mano mientras que sus largos cabellos negros y ondulados caían mojados por su espalda. Su cara estaba ladeada y sonrojada intentando mirar a otro sitio para ocultar su vergüenza. En su otra mano llevaba un peine.

-Eh… Sí, bueno… Yo pensaba que estabas aquí, así que subí y bueno, pensé esperarte, pero… -se excusó levantándose y mirándola nervioso- Será mejor que baje –decidió el sólo-. “Sí, mejor, antes de que sea demasiado tarde y me excite más de lo que ya estoy” –pensó acalorado.
Iba a dejar el móvil otra vez en el escritorio pero Momo lo interrumpió-. No, no hace falta Joe… Si de todas maneras me voy a vestir en el baño, pero he salido para que se vaya el vapor –dijo deteniéndole mientras se sentaba en la cama y comenzaba a peinarse el pelo. Joe solo asintió y al final se volvió a sentar. Bajó la vista hacia el móvil y allí estaba de nuevo la foto-. ¿Te gusta? Decidí ponerla como fondo… Mi hermana dice que pareces un chico de esos… ¿cómo los llama? Tumblr, ¡eso! De esos chicos guapos que se hacen fotos como modelos siempre sonrientes y bien vistos… A mí solo me pareces tú –aclaró ruborizada por la declaración.

-Momo… -dijo sorprendido por lo inocente y sincera que sonó al decir aquello. Hizo que se acalorara más de lo que ya estaba y decidió que lo mejor era irse de la habitación, si no, no sabría que podría hacerle a Momo en aquellos momentos. Se levantó decidido, dejó el móvil y recorrió los pocos metros que lo separaban de la puerta.

-¿A dónde vas? –preguntó curiosa y sorprendida la chica.

-Creo que va a llegar la pizza pronto así que voy bajando, ¿vale? –dijo un poco brusco por los nervios y la excitación.

-Vale… -contestó Momo en un susurro mientras miraba lo sonrojado  que se iba Joe.

Se quedó estática unos momentos y después de pensarlo un poco se encogió de hombros y volvió a meterse en el baño. La verdad es que sentía como si se hubiera quitado un peso de encima al ver salir a Joe de la habitación… Había tanta tensión sexual que no sabía qué hacer: ella, allí casi (por no decir “completamente”) desnuda, y él, también allí, mirándola… Por un lado quería que se quedara y que aquel “momento especial” se produjera, pero por otro lado, la situación no era la más adecuada para hacerlo. No podían estar disfrutando mientras sus amigos estaban velando por la salud de Salva.

Suspiró y comenzó a vestirse: se puso unos leggins beige con un jersey de lana gorda marrón chocolate y unas botas tipo esquimal de color chocolate con leche. Se recogió parte del pelo, aun mojado, en un chonguito a un lado de la cabeza mientras que el resto del pelo lo llegaba suelto. Recogió todo el baño y tiró la ropa sucia en un cesto de mimbre.

Oyó como sonaba el timbre y cómo abrían la puerta. Salió de su habitación y escuchó las voces de Joe y del hijo de Luigi en la entrada. Al parecer todo el mundo ya se había enterado de toda la situación porque estaban hablando sobre ello. El pizzero se despidió amigablemente de Joe y le dijo amablemente que esperaba que Salva se recuperara lo más pronto posible. Bajó por las escaleras y vio que Joe entraba con la caja de la pizza en el comedor. Ella fue directamente a la cocina para buscar el corta pizzas, las bebidas y las servilletas. Justo en el momento en que estaba cogiendo los vasos para las bebidas, Joe entró y le sonrió. Parecía que ya no estaba tan nervioso como antes.

-¿Habéis hablado sobre lo de ayer? –preguntó Momo sacando dos coca-colas del frigorífico.

-Sí. Al parecer la noticia ha recorrido el mundo entero –dijo con un poco de sarcasmo mientras sacaba las servilletas y dos platos pequeños.

Momo cogió el corta pizzas de un cajón-. Vamos a comer –dijo dándole un pequeño beso en la mejilla cuando pasó por su lado.

Ambos se comieron rápidamente la pizza entera entre los dos. Después de todo, la comida que les habían servido en el hospital no había sido nada… apetitosa. La tensión antes creada fue desapareciendo poco a poco y las risas y los comentarios graciosos fueron haciéndose frecuentes. Pero aquello también hizo que la confianza de Momo se acrecentara y su curiosidad aumentara, por lo cual, cuando ya estaban lavando los platos (ella) y secándolos (él), Momo preguntó:
-¿Por qué te fuiste tan nervioso antes? –preguntó sin ninguna vergüenza. Joe se sonrojó-. Bueno, ya sé que yo soy la menos indicada para preguntar, puesto que era yo la que estaba semidesnuda… Pero bueno no es la primera vez que teníamos una situación así –dijo decidida pero sonrojada, recordando el día de su reconciliación y los otros momentos parecidos que lo sucedieron los días siguientes.

Joe suspiró, terminando de secar el segundo plato. Lo dejó junto al otro y se giró para encarar a Momo, quien se secaba las manos-. Ya lo sé. Pero esta vez ha sido diferente… quiero decir: ambos tenemos las emociones y sentimientos a flor de piel por lo que ha ocurrido, y… ¡Maldita sea! ¡Tú estabas ahí, delante de mí, desnuda, mojada y…! –no pudo acabar con lo que quería decir porque sentía que iba a ser demasiado brusco. Exhaló una bocanada de aire con desesperación y se revolvió el pelo con una mano. Momo sonrió enternecida al comprender al pobre chico. Era el mismo que sonreía en la foto de su móvil-. En serio, Momo, no ha habido otro momento en el que más te haya deseado como ahora porque… te necesito –dijo con gesto necesitado, cogiéndole las manos-. Pero sé que este no es el momento, sé que en esta situación tan triste no lo vamos a disfrutar como nosotros queremos y… y por eso me fui de ese modo –terminó un tanto apenado.
Momo sonrió al descubrir que su novio pensaba igual que ella sobre la situación. Liberó una de sus manos y acarició con ella la mejilla de Joe. Después, lo besó.  Joe gimió suavemente al sentir los dulces labios de Momo y le atrajo más hacia sí, entrelazando sus dedos con los de ella. Sus lenguas se hicieron presentes, iniciando un apasionado juego en sus bocas. Momo pasó el brazo por los hombros de Joe y él fortaleció el agarre en la cintura de ella. Su beso se intensificó tanto que pronto tuvieron que separarse para seguir respirando.

-Por lo menos podrías haberme mirado antes de irte –dijo Momo a pocos centímetros de los labios de Joe-. Es de mala educación no mirar a las personas cuando les hablas –reprendió con voz juguetona mientras enredaba su mano libre en el pelo de Joe.

-Hmp –gruñó sonriendo de medio lado Joe-. Créeme, que si te hubiera mirado en ese instante todavía no hubiéramos cenado –aclaró con un gesto sensual-. Agradécemelo, pequeña, y no sigas por este camino porque conseguirás que lo que acabo de decir se vaya al traste… -susurró en el oído de Momo haciendo que temblara levemente.

-En ese caso, gracias… No quiero que mi novio sea un hipócrita –finalizó sacándole una sonrisa traviesa a Joe para después volver a besarle. El sonido de una gota cayendo en el agua los interrumpió-. Es un mensaje –murmuró entre los labios de Joe.

Cogió el móvil de uno de los bolsillos del amplio jersey y, todavía entre los brazos de Joe, leyó el mensaje recibido.

-¿De quién es? ¿Qué dice? –preguntó expectante Joe.


Vio como el rostro de Momo se transformaba en una mueca de sorpresa-. Es Eli. Joe… Salva ha despertado.

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