Varios días habían pasado desde que los chicos llegaron a las islas privadas del padre de Carlo. Pese a la bravura del mar y las terribles tormentas que tanto miedo le daban a Elisabetta y que tan bien aprovecharon Sora y Joahnes para seguir disfrutando el uno del otro, consiguieron llegar sin un rasguño a su destino. Pronto los chicos se acomodaron y empezaron a disfrutar de la aventura, por fin lejos de la constante visión de sus padres, aunque bien es verdad que Paulino les echaba un ojo de vez en cuando, intentando pasar inadvertido ante ellos.
Disponían de un campo de fútbol en el que los miembros del equipo Orfeo practicaban de vez en cuando. Joahnes se vio sorprendido cuando Marc, Step, Salva y, por supuesto, la capitana, le pidieron que se uniese al equipo en el próximo curso. Al principio Joe se mostró reticente puesto que se debía al taekwondo, además de que el fútbol tampoco le apasionaba, por lo menos, verlo le aburría bastante, como ya le dijo a Momo en su día. Sin embargo, a la japonesa le pareció una idea estupenda e insistió mucho para tratar de conseguir que el portugués aceptase, ¡ya verían la forma de compaginar ambos deportes! Finalmente, ante las peticiones constantes y a veces cansinas de sus amigos y las caras de Momo a las que bien sabía que no podía resistirse, aceptó. Así fue como Joahnes comenzó a entrenar con el resto del equipo, como centrocampista. Al cabo de los entrenamientos, tuvo que admitir que le agradaba jugar junto a sus amigos, además estos reconocieron enseguida que el nuevo fichaje prometía mucho, pues se movía con más gracia que el propio Stephano, y eso que Step había nacido para hacer virguerías con el balón.
Sin embargo, la mayor sorpresa que los chicos se llevaron durante esos días fue ver a Valen y Mariana con el uniforme del equipo y unas extrañas miradas de determinación. Las dos chicas irrumpieron en el campo y se plantaron delante de los demás, con los brazos en jarras, listas para impresionarlos un poco. La sorpresa fue tal que ni siquiera Marco pudo parar a Valen, que se movía ligera por el campo en posesión del esférico. Bien es verdad que los cangrejos y las gaviotas se ponían siempre en medio, dificultando los movimientos de los demás, y dejando vía libre a Valentina, ¡Eso significaba tener a todo el reino animal de tu parte! Mariana, por su parte, hacía lo propio, calculaba con precisión matemática, confiando en la ciencia y no en la naturaleza, mientras burlaba a un sonrojado Carl, al prometedor e inexperto Joe y a una extrañada pero divertida Eli. Consiguieron marcar unos cuantos goles, aprovechando el factor sorpresa y el despiste del portero. Mariana y Valen sudaron la gota gorda, pero les enseñaron a los chicos una valiosa lección: nunca te fíes de una dama. Es verdad que se lo enseñaba siempre, pero su candidez e inocencia, además de que ellos la veían muchas veces como a uno más, no lograba surtir el mismo efecto. En resumidas cuentas, las chicas se hicieron con el campo y el balón en un abrir y cerrar de ojos.
Por su parte, Momo, quien tenía un secreto pavor hacia los balones, debido a un incidente con un balón de baloncesto en la secundaria, acudía a nadar y a refrescarse en la orilla del mar, disfrutando de la tranquilidad de las olas y del sol veraniego. En esos momentos de soledad voluntaria, evocaba tímidamente sus cada vez más frecuentes encuentros sexuales con el nuevo centrocampista y, no podía sino sonrojarse, sonriendo. Siempre había imaginado su primera vez de forma muy idílica, junto a alguien que de verdad la quisiera. Y, para su asombro, había sido exactamente como en sus más profundos deseos. Había sido perfecta, junto a la persona adecuada... Momo sentía como si su propio cuerpo pudiese ser capaz de calentar el océano entero.
Muchas veces habían hablado de sexo entre ellas. Era un tema muy recurrente. Admitámoslo, a todo el mundo le encanta hablar de sexo, y a sus amigas, aún más si cabía. Lora y Stephano habían sido los primeros en hacerlo. Les había pasado de todo y habían hecho de todo, o eso era lo que ellos decían. Lora solía hablar de sus relaciones con un cierto halo de misterio a su alrededor, cautivando a sus amigas y sonriendo de oreja a oreja, por ser el centro de atención y por ver sus rostros, expectantes y ávidos de detalles lujuriosos. Step siempre era más guasón hablando de sexo, provocaba risotadas entre sus amigotes y alguna que otra palmada cariñosa por parte de Marc en su espalda. Joe jamás hablaba de sus intimidades con Momo. ¡Ay, Joe! ¡Siempre tan correcto y comedido! No había manera de que este revelase nada de sus encuentros con la japonesa. Ni por activa ni por pasiva, Step había cesado en sus penosos intentos de obtener cotilleos picantes por parte de Joe, quien siempre se mostraba hermético, como un centinela. Por su parte, Marc tampoco daba muchos detalles, pero cuando lo hacía, se ponía coloradísimo. “Que sí, que es muy bonito y tal”, “¿no sabéis hablar de otra cosa?”, “¡qué pesado eres, Step!”, “¿qué quieres que te diga, mis posturas secretas?”. Step se quedó descolocado cuando Marco dijo aquello de “posturas secretas”. ¡Ni que se hubiese leído medio Kamasutra el muy cabrón! Todos hablaban de sexo, a todas horas, ¡Malditas hormonas! ¡Maldita sea ver a las chicas en bikini todo el día! ¡Malditas erecciones, joder! ¡Benditos sean el taekwondo y el fútbol y los cuerpos que fraguan! Valen hablaba de lo tierno que era Marco cuando ambos tenían relaciones, de que siempre sujetaba su rostro entre sus grandes manos para perderse en sus ojos, por unos instantes, de que le encantaba acariciar su cabello y abrazarla, desnuda, justo después de hacerlo, mecerla entre sus robustos brazos de hombre trabajador. Momo tampoco soltaba prenda a cerca de las maravillas que Joe le hacía en la cama. Desde que ambos habían descubierto el mundo del sexo oral, se mostraban perezosos para salir de sus habitaciones muchas mañanas, por ello llegaban tarde a desayunar. Y cuando bajaban, nerviosos, hacia el comedor, se encontraban con un suculento desayuno recién salido de las prodigiosas manos de Paulino, quien, desde el otro extremo de la cocina, lanzaba miradas picaronas y comprensivas, pues él más que nadie entendía todo aquel mundo de hormonas, por algo estaba casado y tenía un hijo, ¡algo más debía saber Paulino!
Mariana escuchaba divertida pero siempre respetuosa, las encendidas conversaciones de sus amigas, ella no había tenido relaciones de momento, pero aun así no le preocupaba, no tenía prisa ni se veía cohibida por ver que sus amigas iban rápido con el asunto. Mariana era, sin exagerar, de las más maduras del grupo, junto a Momo, quien había demostrado en innumerables ocasiones, una madurez impropia para su edad. A diferencia de Mariana, Carl sí era bastante más inmaduro. Se inventaba cosas que no habían pasado para provocar el mismo efecto que Step con sus cómicas y a veces, increíbles historias. Step era el que más experiencia tenía, y junto a Lora, había tenido sexo en multitud de sitios disparatados: la biblioteca del instituto, un baño de un restaurante… ¡E incluso un parque, a oscuras! Carl quería fascinar y dejar de ser el “friki” para sus amigos, para pasar a ser el “fucker”. ¡De friki a fucker en un pis pas! De ahí que se inventase gran variedad de sucesos que, obviamente, nadie se creía. Mariana todavía no se había enterado de las inseguridades de Carl y de las historias que este inventaba, envolviéndoles a ambos en situaciones muy comprometidas. Por último, la parejita rezagada, la última incorporación al mundo del amor en lo concerniente al grupo: Salvatore y Elisabetta. En un principio, Eli se mostraba nerviosa hablando de tener sexo con Salva. Nunca había tenido ese tipo de sentimientos, ella, quien había renunciado inconscientemente a su feminidad para adaptarse a convivir constantemente entre hombres.
Ella, quien secretamente se veía como uno más; ella, quien se vestía con chándal todos los días, olvidando peinarse y riéndose a carcajadas sin el más mínimo decoro. Ella, quien se había criado siempre con chicos, quien había crecido con chicos, quien eructaba y se reía, quien se tiraba al barro tras el balón, quien andaba sin recato y decía palabrotas. Ella, que parecía un hombre a los ojos de sus amigos y a veces, a los de sus amigas, a las que veía tan diferentes de sí misma. Lo que Eli no sabía entonces es que una chica podía eructar, vestir los colores del equipo y reírse con energía sin dejar de ser lo que era, una chica. Sin embargo, para que se diese cuenta de ello, debía pasar algún tiempo. Por el momento se sentía asustada muchas veces cuando se encontraba sola delante de Salva, quien era evidente que esperaba grandes cosas de ella. Envidiaba a Momo y su hacer natural. Todo lo que ella hacía con Joe parecía salirle solo y perfecto. Y ella era un amasijo de nervios cuando el moreno se le acercaba. Salva sabía la dualidad que sentía Eli en lo más profundo de su ser. Sabía que estaba confundida y que le costaba hacerse a la idea de que ya no solo era su amigo, sino algo más. El guardameta le daba espacio y cariño, y muchas veces sus silencios decían más que cualquier palabra que pretendiese forzar a Elisabetta a ir más rápido. Poco a poco, ella había aprendido a soltarse, a dejar que su feminidad, oculta durante mucho tiempo, floreciese, sorprendiéndose a sí misma mirándose en el espejo o peinándose concienzudamente, no solamente para resultarle más atractiva a Salva, que también, sino porque ella quería y realmente se iba sintiendo cómoda. Se sentía bien abrazando ciertos nuevos hábitos en su vida, como maquillarse de vez en cuando o usar algún que otro vestido, siempre que ella quisiese y se sintiese a gusto. Así fue cómo Eli comenzó a darse cuenta de que ser mujer no consistía en maquillarse o mostrarse frágil, esperando a que Salva la “rescatase” de los peligros. Recordaba cómo Momo siempre había sabido defenderse sola, cómo había hecho durante el incidente con los mafiosos. Momo era la unión perfecta entre feminidad y fuerza, todo ello habitando en ella, y no podía sino volver a envidiarla, pero siempre de forma sana. También se percató de que ser hombre no significaba hablar alto o decir palabrotas, también ellos sentían, era simplemente, una cuestión cultural que Eli no estaba lista para abordar pero que empezó a vislumbrar por aquel entonces. Así fue cómo Eli aprendió a pegarle patadas al balón y a decir palabrotas por el día, y a usar tacones, pintarse el eye-liner por las noches, segura de sí misma, sin dudar nunca más de sus capacidades y sus posibilidades. Lista para darle a Salva lo mejor de sí misma.
Salva había ido madurando desde que le conocimos aquel día, después del primer partido, cuando Sora y Joahnes llegaron al instituto. Seguía conservando su atolondramiento habitual, pero había aprendido a ser menos impulsivo, o por lo menos, lo intentaba, y a no ser tan obsesivo con Eli, pues no quería agobiarla ahora que por fin salía con ella y ambos se querían. No obstante, seguía siendo fácil de prender y poco le costaba llegar a los puños por cualquier nimiedad, cosa que a Eli le iba gustando cada vez menos. Solo que no se lo decía. Salva, en lo referente al sexo, no había tenido relaciones todavía, y se mostraba algo molesto internamente. Veía como sus compañeros hablaban del tema y quería participar. Pero por otro lado sabía que Eli necesitaba tiempo, por lo que se tragaba su impulsividad y no se le ocurría presionarla. No obstante, su deseo crecía cada vez más y más, y le costaba contenerse tanto que acudía con frecuencia al baño para aliviarse e incluso pensaba en maneras en las que poder propiciar el momento. ¡Las hormonas! Habría dicho Paulino sabiamente.
Como puede apreciarse, a medida que una relación crece, se van formando ciertas fisuras, imperceptibles al principio pero que pueden llevar a la destrucción de la pareja o al fortalecimiento de la misma.
Momo tenía muy claro cuáles eran sus prioridades desde que comenzó su relación con Joahnes. Pese a que le quería, jamás dejaría de ser fiel a sí misma si la cosa se complicaba. Aun así, la japonesa sabía llevar perfectamente el carácter de Joe, sosegado casi siempre pero altamente celoso cuando alguien se acercaba a “su chica”, como había ocurrido tiempo ha con Michaello. A Momo le parecían graciosos los celos en un principio, e incluso una especie de “prueba de amor” hacia ella, pero a medida que pasaba el tiempo se dio cuenta de que eran todo lo contrario, como Michaello le hizo ver en su día. Hacía mucho que no le veía y se preguntaba si habría sido inconscientemente por no alterar a Joe… El portugués la perdía y era muy consciente de que debía dejar de depender de él en el plano emocional. Debía evitar pasarlo tan mal como aquella vez que “rompieron”. Momo, con el tiempo, y con mucha paciencia, aprendería a bastarse con su propio cariño hacia sí, y a proyectarlo a los demás, sin volver a mostrar señales de dependencia emocional, pese a lo arduo de la tarea. Pues tanto como Eli, su mejor amiga como todos, saben que Momo es muy fuerte y capaz de combatirlo todo contra viento y marea.
Step y Lora tenían sus más y sus menos, los roces típicos de pareja. Pero la cosa se complicó cuando Lora le propuso a Step tener una relación abierta, pues Lora entendía que no se podía atar a nadie a otra persona, y más si amabas a esa persona. Por ello, entendía que dejar que Step optase a más mujeres a parte de ella era una buena forma de quererlo, y a su parecer, sana. Lora hablaba de monogamia impuesta, de celos tóxicos que había visto tanto en Joahnes como en Salva, hablaba de exclusividad, hablaba de libertad, de poder amar a más personas, del amor sexual, del amor romántico… Stephano, atónito ante las reivindicaciones de Lora, entendía que esta no le quería lo suficiente o que se había cansado de él. De repente empezó a pensar si tanto sexo habría sido bueno o no, que si ya no podía dar más de sí mismo. Y pese a que Lora le insistía y le insistía en que le quería, no paraba de penar en que ella encontraría a alguien mejor que él, más listo, menos imbécil y que “follase mejor”. La ansiedad carcomía a Step ante la idea de perder a Lora, y ella se agobiaba ante la dependencia del delantero estrella para consigo, viendo su libertad muy coartada. Por estas razones, cesó en lo de la relación abierta y continuó con el delantero, para alivio de este. No obstante, Lora se planteaba muchas cosas que no expresaba en voz alta. “Te quiero, Plano, pero no soy tuya como tampoco tú eres mío, no somos exclusivos el uno del otro”, pensaba.
Marco y Valen eran los únicos que parecían no tener problemas perceptibles. Marco, quien había perdido a su abuelo hacía poco, trataba, por todos los medios, de mostrarse sereno. Odiaba que le viesen llorar, hería su orgullo. A este hecho se había referido Lora cuando Valen decía que Marco sufría en silencio: “Los hombres protegen un orgullo que no tiene sentido y que les hace sufrir el doble de lo que sufren”, decía sabia Lora. Marco lloraba en los brazos de Valentina, hundiendo bien la cabeza. Y cuando esta le susurraba, él hundía aún más la cabeza, como si así consiguiera que su novia no le viera llorar, o mejor dicho, como si no le escuchara llorar. Marco había crecido mucho saliendo con Valen. Había aprendido a escuchar, había aprendido a apreciar la belleza y, a lo que es más importante, a dejarse querer. Marco, siempre tan arisco, difícil al tacto y ya no digamos a la palabra, fue abriéndose cada vez más gracias al espíritu libre y la felicidad contagiosa de Valen. Ella le acariciaba en silencio, sin hacer preguntas que sabía que incomodarían a Marco. Le miraba con su brillo especial y se dejaba abrazar por él.
Marco disfrutaba de la compañía de Valen, quien parecía saber siempre lo que él necesitaba y en qué medida. Muchas veces se preguntaba qué habría visto ella en él, un “tío sencillo”, como él se autodefinía. Hombre parco en palabras, seco y antisocial, algo tosco y con un humor particular. ¡¿Qué habría visto Valen en un tipo así?! Ella, tan risueña, libre y segura de sí misma, tan ansiosa por aprender cosas nuevas, tan dispuesta. Y él, reticente al cambio, anclado en lo seguro, en la zona de confort. Siempre respondiendo con “bueno, déjalo estar y ya vamos viendo”, “de verdad, pues yo de aquí no me muevo”, “que no”. Pese a esto, Valen cada día le abría un mundo nuevo, una senda diferente que él se moría en secreto por recorrer, experimentando quizás… “¿Miedo? ¿Miedo yo? ¡Jamás!” se decía el defensa. Pero era evidente que cada día era un reto para Marco, quien se enfrentaba a su miedo constantemente: la gente. Le costaba sobremanera entender a los demás, sus motivaciones, sus razones, a veces se sentía muy cansado y horriblemente solo, pero no lo decía por eso del orgullo. Y pese a la ansiedad y el estrés por ser el centro de atención en determinadas ocasiones, Marco trataba de llevarlo lo mejor posible. Sin embargo, junto a Valen, se sentía más seguro. Y ella estaba preparada para ayudarle y para entregarse a él en lo necesario. Y él no dudaba ni un ápice en lo que a ella respectaba. Valen y Marco eran uno con el otro, cualquiera que se parase a observarlos podría decirlo.
Así se encontraban nuestros amigos, experimentando los roces, pues ya habían experimentado también las maravillas, del amor. De momento solo se dejaban ver pequeñas tiranteces, casi inapreciables. Momo se acordaba de Michaello y se preguntaba por qué nadie le había invitado a la excursión, pues ya se le consideraba parte del grupo, no pudo evitar pensar en si este hecho habría sido idea de Joe, pese a que este y Michaello decían llevarse bien, y se recordó aquello de que debía ser menos dependiente emocionalmente de él. Salva se desesperaba cada día más porque veía que Eli se mostraba reacia a tener encuentros sexuales con él. Por otro lado, Lora tenía muchas dudas en lo relativo a la relación con Step, pero no acababa de manifestarlas, mientras que el mencionado se veía perdido y cada vez más ansioso. Eli trataba de superar sus complejos ante la a veces intimidante e impaciente mirada de Salva, lo que provocaba que ella se pusiese aún más nerviosa y dudase todavía más. Por último, Carl seguía inventando historias de lo que Mariana le hacía en la cama, y de lo que él le hacía a ella, historias que nunca habían pasado pero que, sin embargo, empezaron a creerse. Todo ello hizo que las amigas de Mariana, que se enteraban de estas falsas historias por sus parejas, desconfiasen de ella por no contarles nada. ¡Ellas hablaban de sus intimidades y Mariana callaba como una bendita! ¡No era justo! Además de esto, desafortunadamente, a nadie se le ocurrió preguntarle a la protagonista de aquellos eróticos relatos si esos rumores eran o no verdad, y ella por supuesto, permanecía ajena al tema.
Finalmente, una noche de agosto, todas estas pequeñas grietas en la confianza o las palabras acalladas para no herir los sentimientos de nadie se resquebrajaron irremediablemente, o eso parecía, ante un hecho, que fue el detonante de todo lo que le precedió: el dichoso juego de la botella. Parecía una gilipollez, y de hecho, lo era. Sin embargo, cuando algo pende de un hilo, basta un solo soplido de viento para destrozarlo. Y así fue. Se encontraban reunidos todos en la habitación de Carlo, y este, previamente, había birlado algunas botellas de cerveza que su padre guardaba con celo en el mini-bar del comedor. Nunca habían bebido mucho, pero el estar juntos y relajados en vacaciones de verano hizo que sus ganas de lanzarse y perder el miedo ganasen sobre la sensatez. La priva, como le gustaba llamar a Marco a la cerveza, voló en tan solo media hora, quedando únicamente las botellas como testigo de lo que una vez contuvieron. Fue idea de Carlo que jugasen a la botella, un juego infantil a ojos de Marco y una pérdida de tiempo a los de Sora. Sin embargo, todos jugaron.
El principal problema que todos tenían para con los demás, y consigo mismos, era que ninguno se atrevía a ser franco, lo que provocó serios conflictos que tardaron, unos más que otros, en resolverse. Cuando Carlo hizo girar la botella, muchos de los allí presentes no querían jugar de verdad. Cuando la botella se paró en frente de Lora, Stephano tragó grueso. La botella volvió a girar, y a girar… y a girar, hasta que se detuvo frente a Marco. El mencionado bufó resignado y besó a Lora en los labios. Se suponía que al principio debían ser besos tímidos para que, a medida que se sucediesen las rondas, la tensión sexual aumentase con besos con lengua y cinco minutos en el armario de la habitación de Carl. Marco besó a Lora con ternura ante la iracunda pero a su vez intento de calmada, mirada de Stephano, al que los celos se le echaban encima descontroladamente. Valen sabía que solo era un juego y reía divertida junto a los demás, que animaban a Marco y a Lora. Cuando estos dos se separaron, Lora sonrió al chico, mientras Step daba un pequeño puñetazo contra el suelo, de forma que nadie le escuchase. También les tocó besarse a Salva y a Valen, quienes se lo tomaron bien y disfrutaron del encuentro. Ante esto, Elisabetta pensó que Valen era mucho más fina que ella, y menos tosca, y que quizás eso atraería mucho a Salva. No pudo evitar mirarse las palmas de las manos y sentirse mal consigo misma. ¡Estaba tan confusa y llena de inseguridades!
Después de algunas rondas más, la botella volvió a girar, y esta vez, se paró delante de la chica de los ojos color melocotón, quien en un principio se había mostrado reticente a jugar. Acto seguido, el recipiente se detuvo ante el nervioso Step, quien se levantó y sin pensárselo dos veces, asió a Momo del brazo para atraerla hacia sí, para posteriormente, besarla, haciendo como si disfrutase con el beso, sin dejar de mirar a la sorprendida Lora, tratando secretamente de fastidiarla, de hacerle ver “lo que podría perderse”. Por su parte, Momo besaba a Step con los ojos completamente abiertos, encontrándose con una visión horrible del delantero, que parecía un besugo. Rápidamente, se liberó del agarre de este y no pudo evitar buscar a Joe con la mirada. El susodicho se encontraba algo apartado, con el ceño fruncido y fulminando a Step con una fría mirada, pero sin moverse. La siguiente ronda ya debía ser algo más picante que las anteriores, lo que implicaba el paso previo hacia los cinco minutos en el armario sin vigilancia, o lo que es lo mismo, besos con lengua durante tres minutos y un magreo escaso. Esta vez, les tocó a Joahnes y Mariana, y los chichos vitorearon animando a Mariana con frases como “¡Venga Mariana, que te las sabes todas!”, “¡deja sorprendido a Joe, que se las da de casanova!”. Mariana no entendía nada y miraba a Carl, con los ojos entornados, pero este evitaba su mirada, pareciendo ocultar algo con insistencia. Joe besó a Mariana secamente y casi ni la tocó, y ella hizo lo mismo. Se sentían muy incómodos y molestos, sobre todo Mariana, ante las sugerentes miradas y lo comentarios calientes de sus amigos, ebrios por el alcohol. Por otro lado, Momo seguía pensando en que si a Joe le habría molestado lo acontecido con Step, aunque solo fuese un juego.
La siguiente ronda, el culmen del juego, el momento de los cinco minutos en el armario, bueno… decidieron que diez era mejor; y le tocó a Eli y a Carlo. Todos vitoreaban a la pareja, borrachos de júbilo y libertinaje, la priva no cesaba, y Step había empezado a liar algunos porros. Se los pasó su primo unas semanas antes de ir al viaje, cuando fueron a casa de su abuela; sin embargo, ninguno del grupo había fumado nunca, ni tabaco ni porros, así que se los llevó pero no los sacó nunca. Hasta ese momento, en el cual no estaban tan conscientes de lo que estaban haciendo y la alarma de su cerebro estaba distorsionada por el alcohol. Así que optaron por probar por primera vez los efectos de la droga. Pronto, borrachos y emporrados, reían sin parar, algo confusos y perdiendo parte de la consciencia a cerca de lo que estaba pasando. Carlo no podía dejar de reírse mientras fumaba y bebía, haciendo que se le subiese rápidamente el alcohol, abrió la puerta del armario y le indicó a una confusa Elisabetta que entrase, cosa que ella hizo. Salva, por su parte, algo borracho, no se percató bien de que Eli se había metido en el armario con el friki de Carl, y se fue fuera con Joe, quien seguía molesto por lo de Step, a ver si se despejaban un poco.
Momo miraba preocupada cómo Carl entraba tras Eli, y no podía sino preguntarse si aquello estaba ya pasándose de rosca. Step dispuso el cronómetro en su Huawei, mientras trataba de evitar la imagen de su mejor amigo besando a su novia. Una vez dentro del armario, Eli, algo ebria también por culpa de la cerveza, miró a Carl de forma algo confusa, y este aprovechó para tocarle el culo, con ganas, hundiendo bien sus dedos en él. Eli abrió muchísimo los ojos y permaneció inmóvil, sin saber cómo reaccionar. “Momo sabría qué hacer”, se decía.
Carlo, borracho y visiblemente excitado, besó el cuello de la chica, queriendo lucirse, quizás para probarse a sí mismo que, en efecto, era un “fucker”. El sabor a porro se colaba en la boca de Eli, además de los torpes movimientos de la lengua de Carl. La chica, ante estos hechos, empezó a sentirse mal, estaba paralizada y no le salía decirle a Carl que parase porque, simplemente, no podía, parecía estar muda, como si un nudo asfixiante le impidiese gritarle que, por Dios, parase de tocarla. Tuvo que reprimir las ganas de llorar que sentía en ese momento. Era su culpa, todo era culpa suya. ¿Por qué no podía quitarse a Carl de encima? Sentía las desenfrenadas manos del joven recorriendo su pequeña espalda, mientras este profundizaba sus besos de porreta. Pensó en Salva, en que la odiaría, en que pegaría a Carl, en que no podría defenderla siempre de todo, en que debía ser capaz de decir basta, en que debía ser como Momo y plantar cara. Eso pensaba Eli cuando el miedo y la parálisis dio paso en su cabeza a sentimientos de odio y contradicción. ¿¡Pero qué te has creído que soy!? ¡¿Por qué me tratas así!? Fue entonces cuando, aun quedando cuatro minutos según el móvil de Step, Carlo hizo algo que no debería haber hecho. El pelirrojo deslizó lentamente la cremallera del pantalón de la chica, para introducir su mano dentro de ellos, con cierta brusquedad. Eso bastó para que el cuerpo de Eli reaccionase, para que la señal que se mandó a su cerebro fuese clara y concisa. En ese momento, mientras lloraba, ya irremediablemente, propinó un sonoro guantazo a Carlo, dejándole la mitad de la cara roja. Al oír el golpe seco, los demás abrieron el armario, preocupados, para encontrarse con un espectáculo dantesco. Eli, temblando de pies a cabeza, con el pelo muy revuelto y la cremallera de los pantalones bajada, con los ojos rojos y los mocos cayéndole de la nariz, en un rincón del armario, lo más lejos posible de Carlo, en una postura suplicante y ciertamente, lastimera. Al otro lado, Carlo, con la marca del guantazo de Eli, tambaleándose y con la cara descompuesta. El silencio reinó unos duros minutos en la estancia, silencio roto por Carlo que acabó vomitando ante los ojos de todos. Solamente una persona se atrevió a moverse. La japonesa se aproximó hacia Carlo, que estaba de rodillas, con la cabeza gacha mientras seguía vomitando. Sora decidió ignorar a Carl, “de momento”, para dirigirse a la temblorosa Eli. Esta se abrazó rápidamente a su mejor amiga y juntas, salieron de allí. La idea de Momo era llevar a Eli hasta su habitación. No obstante, le preocupaba el hecho de que Eli dormía con Salvatore, y le pareció que quizás a Eli no le apetecería ver a ningún hombre, al menos por ahora, cosa con la que Eli estuvo totalmente de acuerdo. De esta forma fue como decidió que ella dormiría a su lado en su habitación, mientras que Joe dormiría con Salva en la de este último hasta nueva orden. También decidió que no deberían decirle nada a Paulino a cerca de lo ocurrido.
Antes de llegar a la habitación, escucharon un eco lejano de lo que parecían ser las voces de Joahnes y Salvatore. El primero parecía muy enfadado y decía que no soportaba que nadie más a parte de él mismo besase a “su Momo”, que casi “se había cargado a Step por el beso”. Salva por su parte repetía que quería tener sexo con Eli, que estaba cansado de esperar y que por supuesto, él tampoco podría soportar ver a otro hombre con “su Eli”. Momo pasó cerca de ellos, llevando a Eli consigo, tratando de no ser escuchada, mientras asimilaba lo que acababa de escuchar.
¿Es que acaso no confiaban en ellas? ¡¿Qué leches se le podría pasar a Salva por la cabeza para decir que estaba harto de esperar?! ¿Cómo qué “su Momo”? “Ya hablaría con Joe más tarde”, se dijo.
Una vez en su habitación, Momo tranquilizó a Eli, limpió sus lágrimas y sus mocos sin ningún ápice de asco en su mirada. ¡Por algo siempre decimos que Momo es la más dura de todos! Le ayudó a lavarse y a ponerse el pijama. Acto seguido, besó con dulzura la frente de Eli y salió en dirección al comedor para llevarle algo de comer. Allí se encaró directamente con Joe y Salva, quienes, al percatarse de la presencia de la japonesa, se giraron sorprendidos. Esta, sin embargo, se limitó a calentar dos cuencos de sopa e irse de nuevo por dónde había aparecido. Cuando se disponía a irse, Joe la retuvo del brazo.
–¡Momo! ¿Pensabas desaparecer sin decirme hola tan siquiera? –Salva bostezó, visiblemente cansado–. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué tienes esa cara?
Momo miró a Joe con evidente cansancio en sus ojos melocotón, sosteniendo todavía los boles de sopa. No tenía ganas de hablar, y tampoco creía conveniente contarle a Salvatore todo lo que había pasado con Carlo sino quería desencadenar la Tercera Guerra Mundial.
–Nada, solamente que tengo sueño y estoy algo despistada –mintió-. Esta noche dormiré con Eli en mi dormitorio, y vosotros dos en el de ella y Salva. No me cuestionéis porque no tengo la cabeza para quejas -dijo un tanto molesta al ver que los otros estaban por contestar, dándose la vuelta para no mirarles a la cara-. Ah, y a lo mejor estamos durmiendo juntas más de un día. –sentenció.
Y, sin mediar palabra, Momo desapareció del comedor, dejando a los chicos un tanto contrariados. Joahnes miró a Salva con el ceño fruncido y este solo pudo encogerse de hombros ante el mal pronto de Momo. “Y ahora qué habré hecho”, se decía a sí mismo Joe.
Momo y Eli cenaron en silencio, pero no en un silencio incómodo, sino tranquilo y reparador. Eli sorbía la sopa lentamente, y Momo la acariciaba de forma sosegada. Después de cenar, la una peinó a la otra, y después de comprobar la japonesa que su amiga no tenía muchas ganas de hablar, o que mejor dicho, que no le salían las palabras, decidió que sería bueno para ambas que se acostasen. Así lo hicieron, se dirigieron a la cama de la mejor amiga de la rubia. Se acurrucaron la una a la otra, como buenas hermanas, y se quedaron profundamente dormidas. ¡Cuánto agradeció Eli a Momo todo lo que esta siempre había hecho por ella! Sin embargo, Momo se durmió culpándose por no haber evitado aquello cuando claramente había mucho riesgo de que ocurriera algo parecido.
Los demás, concretamente Step y Lora, descansaban en el suelo lejos el uno del otro, resacosos, a excepción de Marco y Valen, quienes se habían ido a dormir poco antes del incidente del armario, pasando del “dichoso juego de los cojones”, como lo había llamado Marco cuando estaba muy bebido. Ante esto, Valen había sonreído y se había llevado a su novio a dormir para que se le pasase la embriaguez. Le quitó la camiseta delicadamente y los pantalones, para dejar al descubierto el cuerpo fuerte y peludo que tanto le gustaba a Valen, “parecía un oso grandullón”, se decía siempre. Le acompañó, no sin esfuerzo, a la cama, y una vez se hubo desvestido ella, se unió a él. Marc cayó en los brazos de Morfeo como un bendito, roncando a pierna suelta y rodeando a Valen instintivamente con sus robustos brazos, como le gustaba hacer. Valen sonreía complacida ante este gesto y se durmió en seguida, pues estaba acostumbrada a los ronquidos de Marco. Mariana, que al igual que Momo, también se caracterizaba por su férrea personalidad, pospuso la reprimenda que tenía preparada para Carlo para cuando este se recuperase de la resaca. Evidentemente, Mariana estaba muy dolida por lo que Carl, aun estando borracho, había hecho a Eli. Se dijo a sí misma que jamás volverían a jugar a esos juegos tan estúpidos. Sin embargo, no podía comprometerse a controlar la cantidad de alcohol y porros que Carl consumía, pues no era su responsabilidad.
Quizás haría esas cosas por parecerse más a Stepahno, al que parecía tener como un ejemplo a seguir… Además de esto, Mariana había encolerizado, siempre de forma controlada, cuando se había enterado de todo lo que Carlo iba diciendo sobre ellos dos. Le había sentado todo tan mal, que había estado a punto de dejar a Carl tendido en el suelo, respirando su propio vómito, pero de nada habría servido. De esta manera, decidió quedarse con él, no sin dejar de estar enfadada, y hablar seriamente con el chico cuando supiese que su discurso iba a llegarle como ella quería. No le servía de nada enloquecer y gritarle ahora que yacía inconsciente.
Se había ofrecido a ayudar a Momo con Eli, pues se sentía evidentemente, muy responsable por lo sucedido. Sin embargo, la japonesa le había señalado a Carlo con la cabeza y con un semblante decepcionado, como viniéndole a decir que él, pese a lo que había hecho, la necesitaba más que la capitana del Orfeo. Mariana entendió rápidamente lo que su compañera quería decirle y permaneció junto a Carl, lista para propinarle un guantazo verbal en cuanto viese señales de que este comprendía lo que se le decía, como siempre, Mariana lo tenía todo bajo control.
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