jueves, 26 de julio de 2012

"3 países, 9 vidas" <> CAPÍTULO 12


Llegaron a Florencia y los días que pasaron fueron los más tristes y vacíos de su estancia allí.
Todo había dado un giro de 180º, girando para mal. Desde que Momo y Joe “rompieron” de aquella nefasta manera, ninguno de los dos había vuelto a salir de casa. Sus amigos no sabían si era porque querían estar solos o porque no querían correr el riesgo de volver a verse. Pero algún día tendrían que superarlo, y hacer las paces, ¿no?


Todos se turnaban los días para visitarlos y animarlos a salir con ellos, para que se divirtieran. Pero de ellos sólo conseguían negaciones hacia cualquier plan, vagas sonrisas exentas de alegría y movimientos de cabeza con las que respondían a todas las preguntas. Eran como muertos vivientes; estaban vivos pero no se comportaban como si lo estuvieran.

Sus familias también estaban muy preocupadas. Ninguno de los dos había contado nada a sus padres al respecto, y se habían tenido que encargar de ello Eli y Salva, quienes eran los que realmente sabían que ocurría. Los padres intentaban ayudar a sus hijos, preocupados de que no se volvieran a hablar. Ellos sabían que Momo y Joe se amaban y no era bueno que estuvieran en aquella situación.

Hina pasaba mucho tiempo con Momo, intentando que su hermana mayor no se aislara completamente del mundo exterior. Lograba sacarle alguna sonrisilla divertida gracias a su personalidad alocada y extrovertida. Hina no quería verla así; aunque las hermanas mayores fueran un tostón, gruñonas, y mandonas, Momo era “su” hermana mayor y la quería. Se preguntaba si a ella le pasaría lo mismo cuando tuviera los mismos años que ella y le alguien le rompiera el corazón… ¿Momo estaría a su lado? Pues claro que sí.

Michaelo se acercó varias veces a hacerle una visita a Momo. Al principio los padres de Momo se mostraban desconfiados con él, ya que ahora sabían toda la verdad. Pero cuando vieron que sus motivos y razones eran sinceros, empezaron a mostrarse más abiertos con él. En su primera visita, se preguntaba si Momo querría verle. Cuando entró en su habitación, se le hizo un nudo en la garganta al ver lo destrozada que estaba. Le volvió a pedir perdón, una y otra vez, y una y otra vez, Momo le decía que había hecho lo correcto, que aquello era algo que tenían ella y Joe, que no se preocupara, no estaba enfada con él. Michaelo se propuso aquel día que volvería a unirlos, aunque le doliese en el alma, pero se negaba ver en ese estado a su querida Momo. Lo conseguiría aunque se tuviera que dar de puñetazos con Joe de nuevo.

Estaban en las vacaciones de Navidad, y pronto llegó aquel día.

Aquel día era la víspera de Navidad. Toda la ciudad de Florencia estaba cubierta por una gruesa capa de nieve.

En el interior de una casa reinaba el silencio y la oscuridad, pero dentro de una habitación se encontraba una chica.

Estaba sentada, rodeando sus piernas con los brazos, encogiéndose sobre sí misma en la oscuridad. Su cara se ocultaba entre sus rodillas y su pelo negro de deslizaba por su espalda hasta llegar a las sábanas, que sobre ellas se extendía.

Una luz blanca se encendió a su lado mientras que vibraba y sonaba, rompiendo la tranquilidad de la noche.

La chica desenterró la mirada y se fijó en su móvil. La pantalla mostraba la foto de una chica rubia que conocía muy bien pero a la que ahora no quería contestar. Volvió a cubrir su rostro entre sus rodillas. No tenía ganas de hablar.

Eli siguió insistiendo unas cuantas veces más hasta que comprendió que su amiga no quería hablar ahora, y menos ir a la fiesta que habían organizado los compañeros de clase antes del día de Navidad. No si venía él.

El chico había llegado a la fiesta muy serio, pensando en sus cosas. Se notaba a kilómetros que sus padres le habían obligado a ir. Saludó a los amigos y se quedó apartado de todos, con espíritu desanimado y con semblante agravado por la tristeza. La única vez que se alteró fue cuando llegaron Gianluca y los demás. Levantó la vista y miró a Michaelo con ojos iracundos. El otro le envió una de advertencia, desprecio y algo más que sorprendió a Joe: pena. Joe volvió a retirarse a su mundo después de que Michaelo saliera de su campo de visión.

Eli se hubiera ido con Momo a hacerle compañía, ya que se encontraba sola en su casa porque sus padres y su hermana se habían ido a una cena de amigos, a la que Momo se había negado a ir. Pero Eli sabía que ella quería estar sola. La mismísima Momo le había dicho que no le gustaba que la vieran así.

-Creo que voy a hablar con él –dijo Salva a su lado.

Eli asintió con la cabeza, comprendiendo que Salva iba a intentar que Joe hablara de una vez con Momo. Todos querían volver a verlos felices juntos. Eran sus amigos y estaban preocupados por ellos.

Justo cuando comenzó a caminar hacia él, vio que Michaelo se le acercó y llamando la atención de Joe, le dijo algo y después los dos se marcharon fuera del salón. Salva miró preocupado a Eli, que estaba unos pasos detrás de él. Ella se encogió de hombros, sin saber muy bien que era lo que pasaba. Salva volvió a mirar la puerta por donde se habían marchado los dos chicos. Rezaba para que no acabara como la última vez.

+.-o-.+

-¿Qué quieres Michaelo? –preguntó cortante Joe.

-Quiero que Momo y tú estéis juntos –contestó calmado.

Joe le miró sorprendido. Sabía que Michaelo tenía intención de hablar sobre aquel tema, pero nunca se había imaginado las verdaderas intenciones.

-Y, ¿por qué? ¿No deberías aprovechar ahora que Momo y yo no estamos juntos? ¿No es eso lo que querías? –preguntaba completamente confuso Joe.

-No, esto no es para nada lo que quería Joe –dijo llamándole por su mote- Yo quiero que Momo sea feliz, y la única forma de conseguirlo es que ella esté contigo.

-Pero, no entiendo… Tú la amas y yo… ¿Acaso no te importa? –preguntó Joe acercándose a él- ¿Acaso no te importa sufrir?

-No, mientras que ella esté bien y feliz –dijo serio. Suspiró- Mira Joe… Yo no voy a rendirme, seguiré estando a su lado por y para ella, pero ella está completamente enamorada de ti. Aun cuando le dijiste aquellas cosas ella te ama y te echa de menos… Los dos estáis sufriendo, por mi culpa, por eso quiero ayudaros –dijo sinceramente.

Joe lo miraba extrañado. No sabía si creerle o no, aunque parecía estar diciendo la verdad. Quería tomarle la palabra y arreglar las cosas con Momo, porque, ¡Dios!, sentía que cada día se volvía peor que el otro, sin su sonrisa, sin sus abrazos, sin su voz… Se estaba volviendo loco sin ella. Estaban tan cerca pero a la vez tan lejos…

-No sé qué hacer –dijo al final, rindiéndose a la ayuda de Michaelo- Me comporté como un verdadero cretino… Llevo arrepintiéndome desde que le dije todas esas atrocidades, pero no sé cómo enfrentarla y disculparme por todo lo que he hecho –se llevó las manos a la cara.

-Es la única forma de que se arreglen las cosas. Tienes que plantarle cara a tus temores y derribarlos, igual que hice yo cuando le declaré mis sentimientos –dijo sonrojándose levemente. Vio que Joe todavía seguía con la cabeza gacha. Se acercó a él y con mucho esfuerzo por sonar agradable, dijo-: Vamos Joe, tu puedes hacerlo –dijo animándole, poniéndole una mano sobre su hombro, haciendo que Joe levantara la vista sorprendido- Mira, eres un buen chico, aunque me cueste admitirlo –susurró en tono de burla, haciendo que Joe soltara un bufido de sorna- Lo eres, y si yo hubiera sido tú, en aquella situación hubiera hecho y dicho lo mismo, y ahora tú estarías diciendo lo mismo que yo, quizás –rieron los dos.

-Tienes razón, Michaelo. Tengo que hacerlo, yo también quiero que sea feliz… -dijo Joe con renovada energía. Después miró a Michaelo- Aunque me cueste decirlo, gracias, Michaelo. Me has hecho ver mis errores y me has animado a resolverlos, gracias… y lo siento, no eres tan mal chico como pensaba –dijo agradecido mientras sonreía. Michaelo asintió, aceptando gustosamente las disculpas.

-Venga, y ahora ve con tu “amada” –dijo rodando los ojos. Joe sonrió- Seguro que te está esperando –dijo sonriente mientras que le guiñaba un ojo.

Joe comenzó a correr en dirección a la casa de Momo, pero se paró un momento y volvió a mirar a Michaelo, que todavía no se había movido.

-¡Michaelo! ¡Yo tampoco me voy a rendir! ¡No dejaré que te la lleves! –dijo sonriendo altanero.

-Entonces, ¿rivales? –preguntó del mismo modo Michaelo.

-¡Rivales!

+.-o-.+

Momo se encontraba tumbada en su cama, mirando al techo en la oscuridad. Escuchaba “Everybody lies” de Jason Walker. No pensaba en nada, no sentía nada. Todos aquellos días habían sido un tormento para ella. Estaba dolida y sufría como si alguien le estuviera estrujando el corazón en un puño. Quería a Joe. Necesitaba a Joe. Ahora, en aquel momento. Necesitaba al culpable de su sufrimiento a su lado porque él era el único que podía consolarla, que podía parar ese sin vivir. Dos lágrimas resbalaron de sus ojos, perdiéndose en su pelo.

En ese momento, escuchó un ruido fuera. Venía de su balcón y no cesaba. Se incorporó en la cama y bajó un poco la música, intentando saber de qué era ese sonido. Se levantó de la cama despacio, alerta. Se acercó al balcón con los nervios a flor de piel. Justo antes de mirar fuera, cerró los ojos y respiró profundamente, preparándose por si acaso tenía que vérselas con un ladrón. Pegó un respingo cuando, antes de abrir los ojos, quienquiera que fuera, llamó a la puerta del balcón. Abrió los ojos rápidamente, asustada.

-Joe… -susurró todavía medio asustada.

Ahí estaba. En su balcón, jadeando, apoyándose en sus rodillas. De su boca salían nubes de vaho, que hacían contraste por el frío de afuera. Se reincorporó y se la quedó mirando, con una medio sonrisa en la cara. Iba vestido con su abrigo largo gris almizcle de pana que tanto le gustaba a ella, con una camisa blanca por fuera de los pantalones vaqueros negros que llevaba con unas Converse bajas negras. Como siempre, estaba perfecto.

Momo se acercó rápidamente a la puerta para abrirle. Le dejó pasar y volvió a cerrar. Vio como juntaba las manos para calentárselas y después meterlas en los bolsillos para que mantuvieran el calor.

-Me has asustado… -dijo en voz baja Momo.

Joe la miró. Era la primera vez que la veía desde que llegaron del viaje. Estaba, cómo decirlo, mal. Su cara no mostraba la vitalidad y alegría de antes y se notaba distante. Dejando las admiraciones obvias a un lado, Joe se fijó en que sólo llevaba puestas una camiseta de tirantas y las... bragas. Tragó grueso, sintiendo que se estaba ruborizando más de lo que debería ante aquel perfecto cuerpo semidesnudo.

-Yo… Bueno, intuía que no me ibas a querer abrir la puerta, así que… -explicó dudoso Joe. Se encogió de hombros, con las manos todavía en los bolsillos.

Momo se acercó a él y lo abrazó. Joe se sorprendió. No se lo esperaba. Pensaba que le iba a echar de su habitación o de su casa o que no le iba a dejar pasar, ya que estamos. Pero lo único que ha hecho es abrazarle, y pareciera como si no se fuese a soltar en mucho tiempo. Sacó las manos de los bolsillos y la abrazó muy fuerte, no queriendo soltarla jamás.

-He sido un estúpido celoso que no sabía lo que decía. Perdóname, Momo. Yo nunca he dudado de tu amor ni de tu confianza y me arrepiento mucho de haberte herido de ese modo –se disculpó.
Momo se separó un poco de él, subió sus manos a los hombros de él, y con un impulso le besó. Aquel beso duró unos momentos, pero ambos pudieron percibir todos los sentimientos y emociones que se profesaban.

-Yo sí que soy una estúpida... porque dejaría que me hirieras cuantas veces quisieras y aun así seguiría amándote –susurró en los labios de Joe, suspirando en cuanto sintió las manos de Joe acariciándole la cara.

-Entonces vamos a dejar de ser estúpidos y confiemos el uno en el otro, confiemos en que todo va a salir bien… Dejémonos llevar, y nada más –susurró a su vez Joe dándole besos y más besos a Momo.

-Eso suena muy bien –contestó Momo entre beso y beso.

Los besos cada vez se hacían más pasionales y húmedos, acompañados de las caricias y de los abrazos. Momo comenzó a quitarle el abrigo a Joe, mientras que suspira y gemía por las caricias que le brindaba Joe por debajo de la camiseta. Cuando el abrigo hubo caído al suelo, Joe los impulsó a los dos y cayeron en la cama de Momo. Joe se iba quitando las zapatillas con unos movimientos de pie y mientras Momo le desabrochaba desesperadamente la camisa. Se la quitó y comenzó a acariciarle el perfecto busto que tenía, arrancándole pequeños pero intensos gemidos de placer a Joe. El chico iba dejando un rastro de besos por el suave cuello de ella e iba subiendo poco a poco la camiseta, dejando a la vista su blanco vientre. Fue bajando y fue besando la blanca piel hasta que llegó a toparse con las pequeñas bragas de Momo. Ella le acariciaba el pelo y la espalda, extasiada por el placer que le estaban dando aquellos besos de Joe.

-Mmm, Joe… -gemía y suspiraba Momo cuando Joe comenzó a acariciarle el pecho- Joe…

Le volvió a besar el cuello mientras seguía acariciándole con más intensidad el pecho. Cuando llegó a la oreja le susurró:

-¿Te gusta? –preguntó con voz sensual y a la vez cariñosa.

-Sí… Mucho –contestó Momo mordiéndole el lóbulo de la oreja a Joe haciendo que éste gruñera de satisfacción.

Se excitaron mucho más, cada caricia, cada beso, cada sonido que compartían, encendían sus instintos, acompañados de una suave melodía de fondo que hacía que sus mentes echaran a volar.
Joe estaba a punto de arrancarle la camiseta, literalmente, cuando escucharon que la puerta de entrada se abría. Pronto se escucharon las voces de los padres de Momo y de su hermana Hina.
Los dos se miraron  con los ojos abiertos de par en par, paralizados por la situación. Pronto, Momo reaccionó y empujó a Joe.

-¡Joe! ¡Vamos, vamos! ¡Recoge tu ropa! ¡Métete en el armario! –ante la última orden de Momo, Joe la miró extrañado- ¡Agh! ¡Vamos! –abrió el armario empotrado y de un empujón, metió a Joe dentro.

Apagó el reproductor de música y se metió corriendo en la cama. Nada más meterse, su madre abrió la puerta. Se acercó a ella y le dio un beso en la cabeza. Le acarició el pelo y después se marchó. Desde fuera se pudo escuchar la voz cansada de Hina.

-¿Está dormida? –preguntó en un bostezo.

-Sí, vamos, cariño –contestó acompañándola a su cuarto.

En cuanto Momo no escuchó ningún otro ruido, se levantó y abrió la puerta del armario. Encontró a Joe entre la ropa que colgaba de las perchas, cogiendo su abrigo hecho un revoltijo. Tenía puesta la camisa, aunque estaba desabrochada, y en la mano tenía el móvil. Joe le sonrió alegremente. Momo le cogió de la mano y le guió hasta la cama. Allí, se sentaron los dos en el borde. Se quedaron en silencio un rato, con las manos cogidas.

-Salva ya sabe que estamos juntos. Me ha mandado un mensaje mientras estaba conociendo tu armario –dijo divertido, deshaciendo el silencio.

-Entonces, ya lo sabrán todos –rió Momo.

Se miraron y se volvieron a besar. Se quedaron frente con frente, mirándose.

-Te amo –dijo Joe.

-Yo también te amo, mucho, mucho, mucho –respondió dándole un beso de gnomo a Joe, haciendo que riera- Siento que no podamos acabar lo que hemos empezado… Mis padres siempre son… espontáneos, por así decirlo –sonrió.

-No te preocupes, tendremos todo el tiempo del mundo para terminar… y volver a empezar –dijo con tono pícaro haciendo que Momo se sonrojara.

-No sabía que eras un pequeño pervertido –dijo juguetona, siguiéndole el juego. Le robó un pequeño beso- Quédate esta noche conmigo, por favor –pidió apoyando de nuevo su frente con la de él.

-Le enviaré un mensaje a mis padres; les diré que me quedaré en casa de Salva –contestó dándole un beso en la frente y cogiendo de nuevo el móvil- También avisaré a Salva, por si acaso.

-También eres un mentirosillo –exclamó divertida Momo mientras se metía entre las sábanas.

-Hmp –contestó Joe sonriente.

Cuando terminó de enviar los mensajes. Suspiró y se dio la vuelta. Se quedó mirando la espalda de Momo unos segundos. Era la primera vez que dormirían juntos. Su corazón se aceleró como cuando  Momo le acariciaba la espalda, el pelo, le mordía tan sensualmente la oreja… Aquellos recuerdos hicieron que le hirviera la sangre. Se metió rápidamente en la cama y abrazó por detrás a Momo, mientras que ella le daba la mano y se acomodaba entre sus brazos.

Aquella noche pudieron dormir mejor que nunca. Juntos.

+.-o-.+

-¿A que no sabéis quién va a dormir en casa de quien? –preguntó expectante Salva a su grupo de amigos.

-Joe va a dormir en casa de Momo –respondió tranquilamente Mariana.

Todos se la quedaron mirando, sin saber si aquello era cierto o no.

-¡Sí! –corroboró Salva.

-¿En serio? No lo sabía, ha sido mera suerte –respondió un tanto sorprendida Mariana.

A partir de ese momento, todo el mundo se revolucionó. Todos se pusieron a gritar de la alegría, a bailar y a cantar. La fiesta se animó mucho más después de la noticia.

Después de canciones muy movidas, el DJ cambió la música a otra más lenta y calmada. Las parejas comenzaron a salir al centro de la pista a bailar. Salva  miraba de un lado a otro buscando a Eli. La encontró, pero bajo el acecho de Gianluca, que no le quitaba la vista de encima. Fue rápidamente hacia ella, que estaba sentada en una de las sillas cerca de las mesas donde habían cenado. Iba vestida con unos pantalones vaqueros ceñidos que se perdían debajo de unas botas de esquimal beige, y con un jersey rojo que se ajustaba muy bien a su cintura, de cuello alto. El iba con un jersey también rojo pero con capucha, y unos pantalones beige de pana, con unas Converse rojas. Cuando la chica le vio, le sonrió, haciendo que él se la devolviera al instante.

-Eli, ¿quieres bailar? –preguntó avergonzado en frente de la chica, extendiendo la mano, esperando que aceptase la invitación.

-Claro –contestó sonrojada Eli.

Le cogió de la mano y juntos entraron en la pista de baile. Salva le cogió por la cintura y Eli, con un poco de vergüenza, colocó sus manos en los hombros de él. Se miraron sonrientes, recordando aquellas fiestas empresariales a las que los llevaban sus padres de pequeños, recordando las veces que habían bailado los dos juntos. Pero aquella vez era diferente. Ya no eran unos niños y las cosas que sentían no eran las mismas. Los dos sentían que el mundo a su alrededor no existía, que solamente estaban ellos dos, abrazados, bailando.

Cuando se acabó la canción, el DJ volvió a cambiar de sintonía a una más marchosa de nuevo, pero ellos seguían abrazados, mirándose el uno al otro como si se hubieran perdido en sus propias miradas.

-¿Salimos? Creo que hay otra habitación a lado de esta –dijo de repente Salva, queriendo estar a solas con Eli.

-Sí… -contestó automáticamente. Parecía como si la hubiera hipnotizado.

Salva cogió de la mano a Eli y salieron del salón por la puerta de la habitación que había dicho Salva. Cuando entraron se encontraron con una gran sala con sofás, sillones y varios decorados navideños. En el medio de la sala había una chimenea encendida. Pensaron que aquello era el descansillo del hotel donde habían celebrado la fiesta. Agradecieron que no hubiera nadie más. Salva guió a Eli por la sala hasta que quedaron en frente de la gran chimenea.

Salva sintió que algo tiraba de él. Se giró y vio que Eli estaba sentada en la alfombra que descansaba delante del sofá que encaraba la chimenea, esperando a que se sentase con ella. Se sentó y se quedaron en silencio. Los dos contemplaban el fuego, anonadados.

-Necesitaba esto –habló la voz de Eli.

-¿Hm? –preguntó Salva girando lentamente la cabeza hacia ella.

-Ahora que lo de Joe y Momo está resuelto, necesito hacer este tipo de cosas para relajarme –respondió Eli con una sonrisa tranquila.

-Al fin y al cabo, no somos tan diferentes –dijo Salva, haciendo que Eli le mirara- A ambos nos gusta la tranquilidad… nos deja ser nosotros mismos –finalizó volviendo a mirar al fuego.

Eli se lo quedó mirando sorprendida. Aquella afirmación había hecho que se sintiera aun más unida a él. Se acercó más a él y le cogió la mano. Salva se la estrechó con fuerza y Eli apoyó su cabeza en su hombro, mirando con él el fuego. Salva inclinó la cabeza para apoyarla en la de ella. Se quedaron así no se sabe por cuánto tiempo. No querían que nada de lo que estaba pasando en ese momento de acabase.

Algo pequeño y rasposo cayó en la nariz de Salva que se removió intentando quitársela. Eli le miró divertida. Hizo que parase y se lo quitó ella misma. Era una pequeña ramita de muérdago. Miraron hacia arriba, los dos a la vez.

Colgando, se encontraba una planta de muérdago acompañado por una cinta dorada, seguramente puesta allí para coger desprevenido a quien se colocara delante de la chimenea.

Los dos volvieron a mirarse, pero esta vez, sorprendidos y muy, muy, sonrojados.

-Ejem… Eli, no hace falta que… -decía abochornado Salva.

Pero fue interrumpido por los labios de Eli. Abrió los ojos como platos, antes de dejarse llevar, y cerrar lentamente los ojos. Salva la abrazó por la cintura y ella pasó sus manos por su cuello, intensificando el beso. Los dos no sentían ninguna otra cosa a su alrededor, sólo ellos y su tranquilidad, siendo ellos mismos.

Cuando se quedaron sin aire se separaron un poco, respirando entrecortadamente. Se miraron tímidamente a los ojos.

-Eli… Yo… -pero fue interrumpido otra vez por Eli.

-Shhh, no hace falta que digas nada… -dijo volviendo a cerrar los ojos.

Volvieron a besarse. Ahora más apasionado que antes, los dos quedaron recostados sobre la alfombra. Eli abrió los ojos con sorpresa al notar que la lengua de Salva se escabullía en su boca, haciendo que saliera un pequeño gemido. Se sentía tan bien…

“Come on let me hold you, touch you, fell you, always…”

-Ups, lo siento –se disculpó Eli, deteniendo el beso.

-No importa, cógelo –contestó Salva incorporándose.

Eli se reincorporó también, nerviosa por aquella interrupción. Cogió su móvil, que todavía estaba sonando, y descolgó.

-¿Sí? Ah, hola, mamá –dijo Eli mirando de reojo a Salva, que se estaba tocando el pelo de una forma que a Eli le pareció “muy sexy”- Ajá, sí, ahora mismo voy. Venga, adiós –colgó.

Suspiró. Su madre siempre tan inoportuna. Salva la miró, queriendo saber que se habían dicho.

-Mi madre, que quiere que vuelva ya a casa porque mañana nos tenemos que levantar temprano para visitar a mis abuelos… Ya sabes, por Navidad –explicó Eli jugueteando con el borde de su jersey, intentando no mirar a Salva por la vergüenza que sentía.

Vio que el chico asentía levemente y se levantaba.

-Vamos, te acompaño a casa –dijo extendiendo la mano para ayudar a Eli a levantarse.

-Salva, no hace falta. Los chicos todavía están en la fiesta… -protestó mirando hacia la puerta.

-No –dijo suavemente, acompañado de un movimiento negativo de cabeza- Es tarde. No quiero que vayas sola –dijo un tanto preocupado- Además, yo también me iba a ir ya. Creo que necesito un poco más de… tranquilidad –dijo sonriendo.

Eli también sonrió. Juntos, se despidieron de todos sus amigos y salieron a la nevada Florencia. Se pusieron a tiritar por el cambio brusco de temperatura y, Salva, preocupado de que Eli cogiera un resfriado, le abrazó por la cintura y la atrajo hacia sí, para que pudiera estar más al resguardo del frío. Ella se apoyó en su hombro y suspiró.

-Tenía razón. Tus brazos son los más cálidos del mundo –murmuró bajito pero suficientemente alto para poder escucharlo Salva.

-Y tu besas mejor de lo que había imaginado –susurró Salva, haciendo que un escalofrío atravesara de los pies a la cabeza a Eli. Se puso roja como un tomate.

Cuando llegaron a la casa de Eli, ambos se separaron, muy a su pesar. Se quedaron observándose mutuamente unos instantes. Ninguno de los dos quería separarse.

-Bueno, me lo he pasado muy bien hoy… Gracias por acompañarme –dijo Eli agradecida y tímida.

-Yo también, y… Bueno, espero que haya más de éstas, pero todos juntos –dijo riéndose, refiriéndose al percance de Joe y Momo. Eli sonrió cálidamente- Buenas noches, Eli –se despidió sonriente.

-Buenas noches, Salva –respondió Eli.

Por último, Salva se despidió con el último beso de la noche. Cogió desprevenida a Eli, pero pronto rodeó sus brazos alrededor del cuello de Salva y ella se dejó llevar entre los brazos de él que la rodeaban por la espalda.

Cuando se separaron, se miraron intensamente a los ojos.

-Adiós –susurró Eli, todavía extasiada por el beso.

-Hasta mañana –respondió de la misma forma Salva.

Deshicieron el abrazo y Eli subió rápidamente las escaleras de la entrada de su casa mientras sacaba las llaves del bolso.

Cuando iba a entrar en la casa, se dio media vuelta y se despidió con un gesto de mano y una sonrisa emocionada. Salva solo pudo responder de la misma manera.


Ah, qué bonito es el AMOR.

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