Los días pasaron, y con ellos la Navidad, la Noche Vieja y el Año Nuevo. Gracias a la reconciliación de Joe y Momo, todo el grupo de amigos quedaba todos los días para pasar algo de tiempo juntos. Joe llegó a recapacitar y a veces dejaba que Momo llamara a Michaelo para que viniera con ellos, dejando ver a sus amigos que el chico no era tan malo como todo el mundo pensaba. Hasta que al final pareció que lo admitían en el grupo y todo, y eso era algo que a Gianluca y Raffaelo no le hacía ni pizca de gracia. ¿Envidia, quizá?
Hicieron otra fiesta de fin de año, donde pudieron ver los fuegos artificiales a la orilla del río. Luego, decidieron que se quedarían todos a dormir allí, esperando el amanecer del Año Nuevo. Y como era de esperar, las dos hermanas pequeñas de Eli y Momo, Lenna e Hina, se pasaron por allí “por casualidad”, reportando todo lo que podían en sus libretitas y cámaras de fotos.
El primer día de clase ya estaban en portada de la primera revista escolar del año, seguidas por todos los acontecimientos ocurridos el año pasado con los amigos de sus hermanas, claro está, con ellas. La noticia de que Joe y Momo habían empezado a salir como novios causó un importante revuelo en los sectores masculino y, por tanto femenino, que ambos fueran en contra de Hina y Lenna, reprimiéndolas por desvelar sus cosas íntimas. Al final, todo el instituto sabía TODO por lo que habían pasado nuestros nueve protagonistas, y todo el instituto adoraba a las dos pequeñas que habían hecho que la aburrida revista escolar se transformase en una rica fuente de cotilleos sobre el famoso equipo de fútbol Orfeo, de los estudiantes de intercambio, de los profesores, y recientemente, sobre el grupo de Michaelo.
Los padres de Momo y Joe estaban muy contentos de que sus hijos fueran novios. Taro, el padre de Momo, se sumió en una pequeña tristeza al ver que su hija ahora tenía a otro hombre a su lado, pero se alegraba que fuera Joe; y Anne, la madre de Joe, lloró como si su hijo se fuera a casar, porque esta vez sentía que su hijo iba en serio con la relación. En definitiva, quedaron a comer en la casa de los Mizuky para celebrar la feliz noticia. Los dos se sentían dichosos pero un poco cohibidos, e Hina no dejaba de pensar que eso parecía una bobada de cena… ¿Ponerse tan contento por dos adolescentes enamorados? ¡Bah, tonterías!
Un sábado de enero por la tarde nuestros protagonistas habían quedado para pasar un rato juntos. Hablaban de los primeros días de clases y sobre las anécdotas ocurridas en el anterior año. Hasta que Momo se acordó de algo de especial importancia:
-¡El viernes que viene es el cumpleaños de Joe! –exclamó.
Todos se sorprendieron ante lo dicho, y a continuación comenzaron a hablar todos a la vez, decidiendo lo que iban a hacer, qué regalos le iban a comprar… Mientras que Joe les miraba con una mirada amable pero a la vez culpable.
-Chicos… -pero nadie le hizo caso- Chicos –volvió a llamar en tono más decididos, pero parecía que todavía no escuchaban- ¡Chicos, escuchad! –gritó haciendo que todos le miraran- No hace falta que me organicéis nada, porque no voy a estar aquí –dijo sonriendo un poco nervioso.
-¿Qué? ¿A dónde vas? –preguntó Eli, entristecida.
-Pensaba decíroslo la semana que viene, pero bueno… -dijo acercándose a ellos. Todos le miraron preocupados, sobre todo Momo. Joe le sonrió y la abrazó por la cintura, para tranquilizarla- ¿A qué vienen esas caras? ¡Que sólo voy a Lisboa el fin de semana a visitar a mis abuelos! –exclamó con gesto excusado, haciendo que todos soltasen un suspiro de alivio.
-¡Tío! ¡Nos habías asustado! ¡Pensaba que te ibas a ir ya a Portugal! ¡Para siempre! –soltó asustado Salva, dándole un pequeño empujón a Joe que sonrió divertido.
-¡Es verdad! Estaba a punto de darme un ataque, idiota… -le reprendió Momo abrazándole.
-Como lo has dicho con esa cara… -murmuró apenada Valen.
-Vale, vale, lo siento –se disculpó revolviéndose un poco el pelo- Sólo quería ver cómo reaccionabais –dijo en tono de burla ganándose la mirada reprobatoria de todos que le sacaron la lengua- Pero en serio, si me quedara, no quiero que organicéis nada, y no hace falta regalos: tengo bastante con tener unos amigos tan fantásticos como vosotros –terminó sonriéndole a todos.
Todos le miraron emocionados y empezaron a acercarse a él.
-¡Abrazo colectivo! –gritaron Step y Lora a la vez.
Y se abalanzaron contra Joe.
-¡Ya, ya, chicos, que me estoy quedando sin aire! –gritó Joe divertido. Cuando todos se apartaron un poco, les sonrió.
Y ahí quedó la cosa. Como todos querían regalarle algo a Joe, decidieron que como el cumpleaños de Salva era unos días después, le organizarían una fiesta a los dos. Ninguno de los dos debería saberlo. Y en cuanto a los regalos, le comprarían uno todos y Momo se encargaría de dárselo, junto con el suyo, a Joe antes de que se fuera.
Llegó el 7 de enero. Eran las cinco de la madrugada y toda Florencia estaba cubierta de una fina capa de nieve. José, Anne y Joe salieron de su casa con las maletas. Les esperaba un largo viaje hasta el aeropuerto y un pequeño viaje en avión hacia Lisboa. Allí se quedarían en su antigua casa y visitarían a sus abuelos.
Dentro de la casa de al lado, una pelinegra se vestía a toda prisa mientras miraba rápidamente hacia fuera por el ventanal de su balcón, rezando por que se distrajeran un poco más. Se suponía que le iba a dar los regalos ayer, pero al final no pudo ser, y cuando Joe le dijo a qué hora marchaban pues tuvo que ponerse el despertador. Pero tampoco sonó y se despertó al escuchar una puerta de coche cerrarse. Menos mal que estaba medio vestida y solamente necesitaba ponerse las botas, una chaqueta y el abrigo. Cogió la bolsa con los regalos, las llaves y bajó lo más silenciosamente que pudo por las escaleras para no despertar a nadie. Cuando salió, Joe estaba a punto de entrar en el coche.
-¡Joe, espera! –gritó bajito Momo echando a correr por su jardín.
Joe se paró en seco y miró hacia atrás con ojos sorprendidos. Les echó una mirada a sus padres, quienes le sonrieron y asintieron con la cabeza para que fuera con ella.
Se fue acercando a ella y cuando Momo llegó la envolvió en un cálido abrazo.
-¿Qué haces a estas horas despierta, eh, loquilla? –preguntó tiernamente mientras se separaban un poco.
-Vengo para despedirme… y para esto –respondió Momo levantando la bolsa y entregándosela a Joe con una sonrisa.
Joe se la quedó mirando extrañado a la vez que divertido mientras que sacaba uno de los regalos de la bolsa.
-Supongo que esto será de parte de todos… -afirmó Joe. Momo asintió con las mejillas y la nariz rojas por el frío- Mira que os he dicho que no hacía falta que me dierais nada –dijo Joe mordiéndose el labio inferior.
-Venga, cállate y ábrelo –dijo impaciente Momo.
Joe la miró con una sonrisa y comenzó a rasgar el papel de regalo. Cuando terminó, se encontró con el jersey que tanto había querido tener hacía tiempo, pero que no se compró porque valía mucho dinero. Soltó una carcajada de satisfacción y abrazó a Momo.
-Dile a todos que muchas gracias de mi parte pero que los voy a matar cuando vuelva –dijo muy emocionado.
-Se lo haré saber, no te preocupes –dijo divertida Momo- Todavía queda otro –se separó de él un poco, quedando sus rostros muy cerca uno del otro.
-¿Otro? De verdad que los voy a matar en… -farfulló Joe. Pero la suave risa de Momo lo distrajo y la miró.
-Esta vez es mío –dijo Momo apoyando su frente con la de él.
-Te voy a matar… –dijo Joe atrayéndola hacia él.
-¿Ah, sí? ¿Cómo? –preguntó coqueta Momo, envolviendo sus brazos entorno al cuello de Joe.
-A besos –respondió Joe en un susurro tentador y acto seguido capturó sus labios.
Sus mentes se quedaron en blanco en aquel beso. Se dejaron llevar por las emociones y sensaciones, besándose con pasión y ternura. Hasta que unos golpecitos los interrumpieron. Joe se giró levemente y vio que su madre le estaba haciendo señas para que entrara ya en el coche. Volvió a mirar a Momo con una mueca de disgusto.
-Ábrelo en el coche, ya hablaremos después, ¿vale? –dijo acariciándole la mejilla a Joe.
Joe asintió con la cabeza y volvió a besarla. Cuando se separaron, frente a frente, Momo dijo:
-Feliz cumpleaños y buen viaje –felicitó Momo sonriéndole y mirándole a los ojos.
-Te amo, pequeña –fue todo lo que contestó Joe.
-Yo también te amo –sonrió atolondrada.
Se dieron el último abrazo y Joe entró en el coche. Momo se despidió de sus padres con una sonrisa y con un gesto de manos, y cuando ya se puso en marcha el coche, se volvió a despedir de Joe mandándole un beso. Luego, entró en su casa.
Dentro del coche, Joe se fue colocando el cinturón y fue poniendo la bolsa en el asiento de al lado.
-Que bonito detalle de Momo… Despertarse tan temprano para despedirse –dijo su madre emocionada. Vio a su hijo por el espejo retrovisor- ¿Eso son regalos? –preguntó mirándole.
-Sí, aunque no sé por qué lo han hecho… Les dije que no quería nada –respondió sonriendo de lado mientras volvía a sacar el jersey de la bolsa.
-Será porque eres un amigo muy importante y especial para ellos –dijo su padre mirándolo por el espejo.
-¿A ver, hijo? Déjame ver lo que te han regalado –dijo su madre extendiendo una mano para que Joe le diera el jersey. Lo desdobló y lo posicionó delante de ella para verlo mejor- Es una preciosidad.
-Es el jersey del que tanto he estado hablando desde hace tiempo –dijo distraído Joe rebuscando en la bolsa el regalo de Momo.
-Cariño, que suerte tenemos de que nuestro hijo sepa vestir tan bien –exclamó alegre Anne. José soltó una pequeña carcajada.
Joe estaba tan concentrado en abrir el regalo de Momo que no prestaba ninguna atención a la conversación de sus padres.
Sabía que había dicho que no le regalasen nada pero le había hecho mucha ilusión que sus amigos le hubieran regalado aquel fantástico jersey, y que su novia le hiciera otro hacía que quisiera gritar de alegría.
Fue abriendo con delicadeza y a la vez impaciencia, el pequeño paquete que tenía entre sus manos. Cuando finalmente lo abrió, sacó de su interior un precioso colgante de cuero negro del que colgaban cuatro perlas plateadas y en el centro una piedra transparente de forma alargada y puntiaguda. Se quedó mirándolo con embelesamiento hasta que vio que del paquete se resbalaba una pequeña carta. Con una mano mantuvo el colgante y en la otra la carta, que decía así:
¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
Sé que no querías que te regaláramos nada pero no pude evitar encargar este especial colgante para ti.
La piedra es un pequeño fragmento de un diamante. No te preocupes por lo que ha costado: los precios en Japón son más baratos que aquí.
Sólo quiero que lo tengas por su significado: “Amor eterno.”
Sabes que eres lo más importante para mí y por eso yo también tengo la pareja de ese colgante que tendrás en la mano, para que sintamos que estamos juntos donde quiera que estemos.
Ai shiteru,
Sora
Joe se quedó sin respiración al leer las últimas palabras… “Ai shiteru”… “Te amo”… Escuchaba a Momo decirle aquello y se sintió la persona más feliz del mundo.
Volvió a respirar profundamente y notó que se le habían llenado los ojos de lágrimas. Soltó una carcajada al sentirse tan patéticamente feliz, y luego volvió a mirar alternativamente el colgante y la nota.
-¿Otro regalo más? –preguntó su padre. Joe asintió.
-Es de Momo –respondió extasiado.
-¿A ver? –exigió su madre curiosa.
Le extendió el colgante pero la nota se la guardó en uno de los bolsillos. Esa carta era para ellos dos. Solamente ellos dos.
-¡Oh! ¡Pero qué preciosidad! ¡Qué bonito! Tiene pinta de ser muy caro –dijo maravillada Anne.
Su padre giró un momento la cabeza para mirarlo y se quedó sorprendido. Sonrió y volvió a fijar la mirada en la carretera.
-Lo ha encargado desde Japón… La piedra es un diamante –recordó Joe sonriendo- “Amor eterno” –pensó sonriendo.
Durante todo el camino su madre estuvo diciendo que un diamante era caro tanto en Japón como aquí, que seguro que se había gastado una millonada, que blah, blah, blah…
Joe se puso el colgante nada más tenerlo de vuelta en sus manos, y releyó y releyó la carta cientos de veces hasta que el sueño le fue venciendo y cayó rendido en los brazos de Morfeo, siendo acunado por dulces y tiernos pensamientos que acompañaban al hermoso colgante.
+.-o-.+
Los días que Joe pasó en Lisboa fueron agotadores. Además de visitar a sus abuelos, los amigos que tenía allí le hicieron quedar con ellos para volver a verse y poder charlar de su vida en Italia.
El primer día que quedaron fue recibido por un regalo de parte de todos ellos. Joe les reprendió a todos por eso, pero se lo agradeció de todo corazón. Pasaron toda la tarde hablando de Italia y de sus clases allí. Como era de esperar, les habló también de su nuevo grupo de amigos allí y, cómo no, de Momo. Les enseñó fotos de todos ellos: Salva, Eli, Step, Lora, Marc, Valen, Carl y Mariana. Todos se le echaron encima por tener unas chicas italianas tan guapas como amigas, pero se quedaron maravillados con la novia de su amigo.
-¡Ya te vale! Te vas de intercambio a Italia y vienes con una novia japonesa… Bastante buena, la verdad –decían sus amigos al ver las fotos de Momo.
Joe les lanzaba una mirada de advertencia para que tuvieran un poco de respeto hacia su relación sentimental. No creía que todos sus pensamientos fueran buenos.
Sus abuelos se contentaron al ver a su nieto tan feliz y enamorado. Después de todo, ellos también fueron jóvenes en el amor.
También habló con Momo, pero por poco tiempo ya que las llamadas al extranjero eran muy caras. Le agradeció mucho el regalo que le había hecho y le dijo miles de veces que la amaba mucho y que la estaba echando de menos aunque sólo hubiera pasado un día.
-Ay, Dios mío… Cuando están enamorados no hacen caso de otra cosa –decían sus abuelos sonrientes cuando escuchaban las conversaciones de su nieto con Momo.
El fin de semana pasó y la familia tuvo que volver a Florencia. Joe se despidió de todas las personas que había visto en ese breve periodo de tiempo, y con gran impaciencia y alegría se fue de Lisboa para volverse a encontrar con sus amigos… y con su amor.
+.-o-.+
Habían pasado los días y Joe ya había podido darles a todos una paliza por no haberle hecho ningún caso con respecto los regalos y besar y abrazar a Momo hasta quedarse sin tiempo.
Les habían dado unos días libres por un campeonato de atletismo que se celebraba en el instituto, y justo en esa semana sería el cumpleaños de Salva…
Llegó el día antes del cumpleaños de Salva. Era viernes, pero como era día de fiesta todo el mundo aprovechaba para dormir unas horas más.
Eso es lo que estaba haciendo un guapo adolescente de casi 17 años, cuando su madre irrumpió en su habitación:
-¡Arriba dormilón! –gritó su madre, Ángela Cardanni, mientras subía ruidosamente la persiana.
Salva se revolvió entre las sábanas y se cubrió la cabeza con ellas para aplacar la luz que entraba por la ventana. No pasó ni cinco segundos cuando su madre lo desarropó completamente, causando clara molestia al chico.
-¡Joder, mamá! –gruñó crispando el semblante- Solo son las… -interrumpió lo que iba a decir para echarle un vistazo al reloj que tenía en la mesilla- Once y media –dijo bostezando mientras se incorporaba.
-¡Solo! –repitió sarcástica Ángela- Cariño, ¡mañana es tu cumpleaños! –exclamó sentándose en la cama en frente de su hijo.
-No me digas –respondió en tono obvio Salva poniendo los ojos en blanco.
Se levantó y se quitó la camiseta con la que había dormido. Su madre le miró de forma extraña (según su punto de vista) y se abalanzó sobre él para abrazarle.
-¡Mi niño! –exclamó emocionada- ¡17 años ya! –se alejó un poco de él, sin dejar de abrazarle- Y parece que fue ayer cuando naciste… -continuó diciendo con ojos llorosos. Volvió a abrazarle con fuerza. Salva rodó los ojos y le devolvió el abrazo a su madre cariñosamente- Ay, que ya pronto me vendrás con una novia –dijo su madre divertida.
Salvatore no pudo evitar ponerse rojo al pensar involuntariamente en Elisabetta. Su madre le miró con una ceja levantada.
-¡No me digas que has ligado en Roma! –inquirió entre sorprendida y picarona.
-¿Cómo? –dijo Salva saliendo de su ensimismamiento- Mamá, anda, deja de decir bobadas –dijo Salva negando con la cabeza entre suspiros. Deshizo el abrazo suavemente y se encaminó hacia el baño- Voy a darme una ducha, ¿vale? –se lo dijo como diciendo que no le interrumpiera.
-Vale, vale –respondió con voz cansina- Pero antes de nada, necesito que te acerques a la casa de los Di Angelo para darle unos pasteles después de ducharte, ¿de acuerdo? –preguntó mientras abría la puerta de la habitación.
Salva sonrió levemente y después levantó el dedo pulgar para hacerle saber a su madre que lo haría. Acto seguido, se metió en el baño y su madre salió de su cuarto.
-Supongo que hasta que no salga con Eli, no va a cambiar de idea –murmuró para sí Ángela bajando por las escaleras.
-Tengo que decírselo, ¡ya! –decidió Salva bajo la ducha.
Desde que ocurrió lo del beso aquella noche de Navidad, los dos habían estado tonteando y estaban más cerca el uno del otro, pero a la vez se sentían lejos por estar un tanto confundidos con aquella situación. La solución de Salva era que le tenía que volver a decir sus sentimientos a Eli, y esta vez estar seguro de que le escucha.
+.-o-.+
-¡Buenos días, Eli! –dijo Lenna saludando a su hermana, todavía en pijama.
-¡Buenos días a todos! –respondió Eli en saludo general para toda la familia.
-¿Qué tal has dormido, cariño? –preguntó amable su madre, poniendo su desayuno en la mesa.
-Muy bien –respondió sonriendo ampliamente mientras que cogía una de las tostadas.
Su padre la miró con una ceja levantada detrás del periódico que estaba leyendo. Le parecía extraño que su hija mayor estuviera tan contenta por la mañana ya que siempre se presentaba adormilada y con mal humor en el desayuno. Lo que él no sabía es que Eli había tenido un placentero sueño con Salva. Estaba feliz con lo que le estaba pasando junto a él, aunque no supieran muy bien que era y estaban un poco confundidos. Pero estaba claro que los dos estaban disfrutando de aquella extraña situación.
-Ajá… -respondió su padre aun mirándola. Volvió a posar su mirada sobre el periódico- ¿Sabéis que esta noche ha encallado un crucero en la Isla de Giglio? Por lo visto ha habido personas muertas, desaparecidas y heridas… Qué desastre –remarcó moviendo la cabeza con pena.
-Vaya por Dios –dijo Rosseta mientras lavaba los platos.
Las dos hermanas parecían inmersas en su mundo, ya que no dijeron nada sobre el asunto. Ya que todo el mundo se calló y estaban en silencio, Lenna decidió comenzar a hablar de algo para entretenerse.
-¿Mañana es el cumpleaños de Salva, no? –preguntó a su hermana con cara inocente.
Eli sonrió atontada y ruborizada al oír su nombre al tiempo que asentía a la pregunta de su hermana. De repente, se le encendió algo en la cabeza y recordó de repente una cosa de alta importancia.
-¡Es verdad! ¡He quedado hoy con todos! –se levantó alterada y le echó un vistazo rápido al reloj de la cocina- Ya deberán estar todos allí… -susurró para sí mientras cogía su plato y se lo llevaba a su madre.
-Ay, ¿qué vamos a hacer contigo hija? Eres tan olvidadiza… -dijo su padre levantándose de la mesa- Venga, vístete y te llevo a donde sea –dijo cogiendo las llaves del coche.
-¡Gracias, papá! ¡Eres el mejor! –gritó dándole un sonoro beso en la mejilla- ¡Ah, por cierto! Si viene Salva por algún motivo decidle que estoy estudiando, pero por nada del mundo le digáis que estoy con los chicos, ¿ha quedado claro? –ordenó a todos mientras los miraba con advertencia.
Su madre asintió sin más, mientras que Lenna le hizo un gesto de cerrar una cremallera sobre su boca. Su padre no dijo nada al respecto sólo que se diese prisa.
+.-o-.+
Una preciosa chica de pelo negro y ojos melocotón se encontraba sentada en un banco de la calle principal de Florencia. Vestía un pantalón vaquero, una sudadera de USA, unas Converse blancas y un bolso a juego.
Estaba allí desde hacía más de una hora, ya que había hecho algunos recados antes de acudir a la cita. Estaba leyendo un libro (que le había prestado Joe), pues sabía que la puntualidad no era exactamente una de las virtudes más brillantes del grupo, así que decidió llevárselo para no aburrirse. Justo cuando la cosa se ponía más interesante en la trama del libro, su móvil comenzó a sonar. La canción de Clint Eastwood de Gorillaz sonaba incansable dentro del bolso de Converse. Momo, algo molesta por la interrupción, cerró abruptamente el libro y cantando suavemente la canción, buscó su móvil. Miró el nombre de quién le estaba llamando y contestó amablemente:
-¿Eli?
-¡Hola, Momo! –respondió Eli al otro lado el móvil- ¡Lo siento mucho! No me he acordado de que habíamos quedado, pero ya estoy llegando, ¿ok? –dijo apresurada Eli.
-Vale, no te preocupes. Ya sabía yo que esto iba a ocurrir –contestó Momo burlona.
-En serio, que lo siento mucho –volvió a disculparse Eli.
-¡Déjalo ya! Si además no ha llegado nadie todavía. Ahora nos vemos, anda –dijo resignada Momo.
-¿Todavía? Y yo que pensaba que era la última… Bueno, hasta ahora –y colgó.
Momo suspiró y metió su móvil de nuevo en el bolso. Se puso a leer de nuevo y se volvió a enfrascar en el libro.
-Um, yo también me he leído ese libro –dijo una voz suave y agradable en su oído.
Momo levantó rápidamente la cabeza del libro y se giró para ver la cara sonriente de Joe.
-¡Joe! –exclamó antes de ser callada por un beso- Mm… Joe, ¿qué haces aquí? –preguntó un poco ida por el beso.
Joe sonrió de lado y se sentó a su lado para después volver a besarla.
-Eso es lo que debería preguntar yo, ¿qué haces tú sola aquí? –devolvió la pregunta con voz atrayente mientras la atraía hacia él y le daba un leve beso en el cuello.
-Yo he preguntado primero –respondió reticente Momo, mirándole chistosa.
-De acuerdo… He salido a hacer unos recados para mi madre, ¿y tú? Es tu turno –dijo guiñándole un ojo travieso.
Momo no sabía que inventarse para que Joe no sospechara nada sobre haber quedado todo el grupo para organizarle la fiesta a él y a Salva. Por otra parte no le gustaba nada tener que mentirle.
-He salido a tomar el aire un rato. Mi madre está limpiando la casa con la música a tope, mi padre en el sótano tocando la guitarra y mi hermana por toda la casa hablando a gritos por teléfono con sus amigas… Suficientes razones como para huir de casa, ¿no crees? –explicó burlesca Momo.
-Pues sí, la verdad –afirmó riéndose.
Le pasó un brazo por los hombros y el otro lo apoyó en el respaldo del banco. Momo se apoyó en su hombro, pensando en qué podría hacer para hacer que se fuera… Aunque ella no quisiera en aquellos momentos. Siempre le pasaba lo mismo: sea lo que sea que estuviera haciendo, si llegaba Joe, dejaba de hacerlo y se iba con él. Eran como dos imanes que se atraen mutuamente.
-¿Pasa algo? Estás bastante callada –dijo Joe acariciándole el pelo.
-No, nada, es que estoy un tanto distraída –respondió levantando su sonriente mirada.
-Ok –la besó- Supongo que no debería preguntar –dijo con mirada astuta.
-Exacto –contestó sonriendo pillina.
Debería haber sabido que Joe, se olía algo, pero no sabía el qué. Decidió no decir nada más y esperar a que captara la indirecta. Pero no sin antes un beso.
-Debo irme –susurró Joe sobre los labios de Momo.
-Jooo –protestó con tono infantil y sexy.
-Como mi madre no me vea llegar en cinco minutos, me la voy a cargar –dijo levantándose del banco- La sopa de pollo no se hace sin pollo –exclamó levantando un poco la bolsa.
-Está bien, pero dile a tu madre que guarde un poco para mí: ya sabes que me encanta su sopa –dijo guiñando un ojo y dándole un beso.
-Se lo diré: nos servirá un solo plato a mi padre y a mí, y te guardará el resto de la sopa para ti. No sé cómo pero tienes encandilada a mi madre –insinuó rodeándole la cintura y besándole la punta de la nariz.
-Cosas de mujeres –dijo simplemente Momo empujándole juguetonamente.
-Entiendo –dijo sonriendo de medio lado. Se llevó el dedo índice y corazón a la frente e hizo un gesto de despedida con un guiño de ojos.
Momo de despidió de él lanzándole un beso y moviendo la mano. Cuando desapareció de su visión se volvió a sentar en el banco y suspiró aliviada. Aun así, sabía que Joe sospechaba algo.
Justo unos minutos después, apareció todo el grupo por uno de los laterales de la calle y Eli justo por el otro lateral, todos saludando con la mano a Momo. Ella levantó la mano para saludar y esperó a que llegaran sus amigos.
Aquella iba a ser una mañana muy larga.
+.-o-.+
Salvatore salió inmediatamente de su casa nada más acabar de ducharse. Iba caminando por la tranquila calle, pensando en qué pasaría cuando llegara a casa de Eli. Si le habría ella la puerta, entonces le daría un cariñoso abrazo o un beso coqueto… Si le habría su padre, su madre o su hermana, les preguntaría si podría pasar y estar un rato con ella, y otra vez le daría un abrazo cariñoso o un beso coqueto… Después de todo le encantaba aquel juego que tenían los dos.
Cuando llegó a la mansión de los Di Angelo, atravesó el jardín delantero y llamó al timbre. No pasó ni medio segundo cuando le abrió la puerta la hermana pequeña de Eli: Lenna. Salva se quedó tan sorprendido por la rapidez con la que había pasado todo que no dijo nada.
-¡Hola, Salva! –chilló alegre Lenna, dándole un impulsivo abrazo- Te he visto llegar por la ventana –explicó divertida al ver la cara de desconcierto del chico.
-Ah… Hola –respondió con una sonrisa torcida.
Quien iba a decir que el esperado abrazo se bienvenida se lo daría su futura cuñada, si había suerte, claro.
-Y… ¿Qué te trae por aquí? –preguntó con voz de niñita buena.
-Em… Mi madre ha hecho unos pasteles para tu madre, aquí los tiene –dijo dándole la bolsa con la bandeja de pasteles.
-Oki, ¿algo más? –preguntó ocultando sus verdaderas intenciones.
-¿Está Eli? –preguntó después de unos momentos en silencio, pensando en la mejor manera de no hacer el ridículo sonrojándose. No lo consiguió.
-No, ha quedado con Momo y los demás –soltó cambiando su semblante de falsa amabilidad por otro desinteresado.
Salva se quedó sin palabras. ¿Habían quedado? ¿Y qué pasaba con él?
-¿Cómo? Pero si ni siquiera me han llamado… -susurró perplejo.
-Pues hijo, eso ya no lo sé, o quizás sí… -insinuó con voz enigmática. Luego, volvió a su gesto desinteresado- El caso es que debía ser algo importante, porque ha salido de casa como un rayo. Adiós. Que te vaya bien –y le cerró la puerta en las narices.
¡¿Importante y a él no le han dicho nada?! Salió del jardín de la casa y cogió su móvil. Buscó el número de Eli y la llamó.
-¿Sí? –preguntó la suave voz de Eli.
-¿Dónde estás? –preguntó a la vez Salva con voz irritada.
-Salva… En casa, estudiando –dijo después de unos segundos de incertidumbre por parte de los dos- ¡Eli, ya lo he encontrado! –gritó la voz de Step al fondo- ¡Shhhhh! –chistó Eli- Sal…
-Ya… Estudiando –murmuró enfadado Salva colgando la llamada.
Apagó el móvil para que no le regresase la llamada y lo guardó en el bolsillo.
+.-o-.+
-¡Salva! ¡Salva! –llamaba insistentemente Eli por el móvil. Se dio por vencida cuando escuchó el primer pitido que le indicaba que habían colgado- Salva…
-¡Ups, perdón! –se disculpó Step al ver que había metido la pata.
Todos le miraron con cara asesina.
-Creo que no se lo ha tragado… Sonaba bastante molesto –dijo Eli con semblante triste mientras intentaba llamarle, pero al parecer su móvil estaba apagado o fuera de cobertura.
-Pero si nadie sabía que habíamos quedado, excepto mi hermana –dijo pensativa Momo.
-Bueno, y mi hermana también –secundó Eli. De repente la respuesta pasó delante de ella y se puso roja de furia- ¡Lenna! ¡Me la voy a cargar en cuanto la vea!
-Y ahí tenemos el principal problema de confiar secretos a hermanas pequeñas metiches –indicó Carl con cierta burla.
Pasaron unos minutos hasta que convencieron a Eli de no ir en ese momento a matar a su hermana y calmarla.
-Está bien, pero de esta no se libra... Sólo espero que mañana no esté tan enfadado –dijo en tono bajo Eli.
-Bueno, y pasando de asunto –habló Marc llamando la atención de todos- Ya hemos comprado la comida y la bebida, junto con los vasos, los platos, los cubiertos, los adornos, las serpentinas y ya tenemos las pancartas también… -recitó de seguido Marc- Ahora nos queda lo más importante: el local –añadió con gravedad.
Todos comenzaron a decir lugares y locales donde podrían celebrar la fiesta y al final tuvieron que poner orden para ponerse de acuerdo.
-Vamos a ver –suspiró Carl- Tenemos la casa de campo de mis padres –propuso.
-Mm… Demasiado formal, además ¿no estaban reformándola? –cuestionó Marc.
-Es cierto… -respondió pensativo Carl- Pues, ¿qué tal el Luigi´s? –volvió a proponer.
-Dudo que el bueno de Luigi nos reserve el local para nosotros… Siempre anda muy lleno y eso le restaría ganancias –explicó Marc.
-Entonces, en el JB –propuso un poco molesto Carl.
-No creo que la discoteca más de moda quiera reservarnos una noche de sábado… Pasa lo mismo que el Luigi´s –contestó resignado Marc.
Todos observaron que Carl se iba poniendo rojos por minutos. Habían estado pensando todos más o menos en los mismos sitios que él, pero las negativas de Marc estaban consumiendo su paciencia.
-¡Pues si ninguna de mis propuestas sirven, di tú alguna listo! –gritó exasperado.
Mariana le dio la mano en silencio para tranquilizarle. Estaba acostumbrada ya a los ataques de nervios de su chico.
-¿Qué os parece que la organicemos en la caseta del club de fútbol del instituto? –propuso Marc, ajeno al cabreo de Carl- Podemos colarnos por la parte trasera y entrar en la caseta, ya que Eli tiene la llave –terminó satisfecho.
-¡Pero…! –comenzó a quejarse Carl- Un momento… ¡es una buena idea! –recapacitando ante lo escuchado, volviendo a su anterior buen humor.
-¡Sí! ¡Es perfecto! –brincó de alegría Eli- Salva siempre le ha tenido un aprecio especial a esa caseta –exclamó contenta.
-Creo que a Joe también le gustará –afirmó sonriente Momo.
-¡Pues está decidido! ¡A la caseta del club de fútbol! –gritó animado Step.
Cuando llegaron a la parte trasera del instituto, pudieron observar como la valla se alzaba ante ellos. Momo se quedó boquiabierta, preocupada por el miedo a las alturas que tenía. Quizá no había sido buena idea. Pero si era por el bien de sus amigos, lo haría. Miró a todos y vio que nadie se movía. Cogió aire y se decidió a ser la primera en pasarla.
-Lora, toma mi bolso –ordenó Momo con voz decidida a su amiga que tenía al lado- Vamos allá –se dijo a sí misma a los pies de la valla.
Lora jugueteaba con el bolso de la chica mientras que Momo subía con cierta dificultad debido a su vértigo, pero al final consiguió llegar al otro lado.
-¡Momo! ¡Te voy a lanzar el bolso, ¿vale?! –avisó Lora cansada de tener por tanto tiempo el bolso en sus manos.
-¡No, espera! –gritó Momo desde el otro lado.
Pero ya era demasiado tarde. El bolso volaba por encima de la valla, abriéndose en el último momento y dejando salir sus preciados libro, móvil y iPod.
-¡Kyaaaa! –chilló histérica Momo.
Salió corriendo para ponerse debajo y ser capaz de coger sus cosas al vuelo. Lo consiguió después de unos segundos de completa agonía por parte de todos. En cuanto tuvo todo en las manos, sanas y salvas, lanzó la mirada más mortífera que pudo a Lora que la miraba con ojos culpables. Se llevó una larga reprimenda por parte de la japonesa y después, los demás siguieron trepando por la valla.
Después de unos minutos ya habían pasado todos menos Lora.
-Eh… ¡Chicos! –los llamó con cara avergonzada- Necesito ayuda –pidió cohibida.
Todos la miraron por detrás de la valla y se dieron cuenta de que la chica se estaba tirando de la minifalda que llevaba. Step sonrió divertido ante la escena de su novia.
-Ya voy, ya voy –dijo Step trepando de nuevo la valla.
Lora se subió aliviada a la espalda de su novio y pudieron pasar sin problemas.
Se acercaron a la puerta de la caseta y Eli introdujo la llave en la cerradura. A continuación, entraron.
-Bueno… ¡Manos a la obra! –exclamó Eli colocándose en jarras ante la espaciosa habitación.
+.-o-.+
-¡Hola, cariño! –saludó cálidamente Ángela Cardanni.
-Hola, hijo –secundó su padre.
-Gnn –respondió sin ganas Salva.
Sus padres se miraron extrañados por la simple respuesta de su hijo.
-¿No te has quedado un rato más con Eli? –preguntó su madre con inocencia.
-No está en casa –fue lo único que respondió.
Subió las escaleras y se escuchó el portazo que dio en su habitación. Sus padres se volvieron a mirar, esta vez sorprendidos.
-Buh, algo a pasado… -dijo su padre poniendo cara de circunstancia.
-Ah… Tendré que hablar con él, a ver si me cuenta algo –decidió su madre un poco preocupada, porque intuía de lo que se trataba.
Pero en ese momento sonó el timbre. Ángela abrió la puerta y se encontró con el mejor amigo de Salva: Joe.
-¡Joe! ¡Pero qué alegría verte! –saludó contenta.
-Lo mismo digo –respondió el chico sonriente- Buenos días, señor Cardanni –saludó al padre que salía en aquel momento al pasillo de entrada.
-Buenos días, Joe –respondió cariñosamente- Si estás buscando a Salva, está en su habitación… A ver si le animas un poco –incitó con voz cómplice.
Joe se quedó extrañado por aquella petición y Ángela al ver su cara se lo explicó.
-Es que acaba de llegar muy decaído y triste, y no nos ha querido contar nada –explicó- Por eso me alegro tanto de verte… No quiero que esté así el día antes de su cumpleaños –dijo con semblante triste.
-No se preocupen, me encargaré de todo –tranquilizó Joe con una sonrisa amistosa.
-Muchas gracias… Salva tiene suerte de tener a tan buen chico a su lado –dijo orgulloso el padre de Salva.
Joe entró en la casa y subió los escalones. Fue directo a la habitación de Salva, ya que había estado muchas veces allí y se sabía la casa de memoria. Llamó a la puerta dos o tres veces pero no contestaba. Joe suspiró.
-Salva, voy a entrar –avisó.
Abrió la puerta y entró en la habitación a oscuras. Vio un bulto alargado encima de la cama y supuso que era Salva. Se acercó a la ventana y subió la persiana dejando que entrase la luz.
Salva, que se encontraba con la cara escondida en la almohada, profirió un gruñido ronco. Se dio la vuelta y miró a Joe, quien le observaba con una ceja levantada.
-Tío… ¿Qué haces aquí? –preguntó con voz grave.
-Pues nada, pensaba venir para jugar a algún videojuego juntos, pero lo que me encuentro es a un par de padres preocupados por su hijo que no les ha dicho nada de lo que le ocurre –respondió cruzándose de brazos.
-No… Pero me refiero a por qué estás aquí. Deberías estar con todos los demás –dijo reincorporándose.
-¿Cómo? –inquirió serio Joe.
-¿Cómo que cómo? ¡Pero si habíais quedado todos sin mí para hacer yo que sé qué cosa importante! –exclamó entre sorprendido y dolido.
Los dos se quedaron mirando el uno al otro. Los dos no sabían qué decir ante el problema que se les planteaba.
-Pues creo que ya somos dos –respondió Joe con un suspiro- A mí tampoco me han dicho nada, aunque… -dijo pensativo.
Recordó aquel rato que había estado con Momo en la calle principal: parecía rara y distraída, y él más o menos se olía algo de lo que sucedía. Ahora ya le encajaba todo, pero no se lo diría a Salva.
-¿En serio? No te habrán mandado a ti para que no sospeche, ¿verdad? –preguntó desconfiado.
-Te lo juro –prometió Joe levantando una mano y la otra sobre el pecho- Ahora que somos dos los marginados… ¿Te apetece una partida al Final Fantasy? –preguntó alegre Joe.
-Pero… ¿No te importa que te hayan dejado de lado? –preguntó Salva en un susurro mientras que bajaba la cabeza.
-Tendrán sus motivos para hacerlo, créeme –respondió Joe sonriéndole alentadoramente mientras que apoyaba una de sus manos en el hombro de su amigo- No podría creer que nos excluyeran sin ningún motivo, sobre todo a ti, que mañana serás la persona más importante del día –animó Joe con tono amable.
Salva levantó la cabeza, sorprendido por las amables y consoladoras palabras de su amigo. Le sonrió aliviado.
-Gracias, Joe. Siempre consigues que me anime en momentos como este –agradeció emocionado- Ahora, ¡te voy a meter la paliza del siglo, chaval! –gritó decidido Salva mientras le señalaba con el dedo.
Joe sonrió divertido y contento de haber podido hacer algo por su amigo.
-Eso si no lo hago yo primero –dijo con chulería Joe, dándose la vuelta para encender la televisión del cuarto de Salva.
Gracias al bueno de Joe, la fiesta sorpresa siguió siendo una sorpresa, al menos para Salva. Desde aquel momento, Salva no volvió a desconfiar de la amistad de sus amigos.
+.-o-.+
Un chico alto, de pelo rubio, de ojos rojizos y de tez pálida, trajeado y equipado con una gabardina negra y un sombrero Borsalino también negro, caminaba en silencio hasta el final de un siniestro callejón en el que había quedado con unas personas. El chico, de unos 16 o 17 años de edad estaba esperando en la esquina más profunda del callejón, mientras se fumaba tranquilamente un cigarro. Pronto divisó en la lejanía como unos chicos más o menos de su misma edad y vestimenta se acercaban a él disimuladamente y se colocaban a su lado mientras sacaban tabaco.
-Buongiorno caro amico –dijo uno de ellos moviendo ligeramente la cabeza en señal de saludo- ¿Para qué o por quién nos has hecho llamar? –añadió.
-Buongiorno anche a te. Per dare il battito della sua vita ad un "mio amico" –dijo este sonriendo con una amarga sonrisa.
-Molto bene Gianluca, molto bene –dijo el otro muchacho- E chi è? –preguntó interesado.
-È niente di più e niente di meno che il mio amico Salvatore Cardanni –dijo Gianluca mirando a los chicos.
-Sí… Io lo ricordo molto bene. ¿Cuándo se la daremos? –preguntó uno de los chicos.
-Mañana. Traed a vuestros hombres. Le daremos una paliza que no podrá olvidar. Ja, ja, ja. Eso sí –dijo Gianluca mirándolos directamente a los ojos– Que parezca un accidente –añadió mientras les daba una palmadita a ambos en la espalda.
-Eso está hecho amigo mío –dijeron ellos mientras se pasaban unas notas muy discretamente.
-Mañana seguiremos a Cardanni a todos los sitios a los que valla y cuando sea el mejor momento, le atizaremos con todo el equipo. Así que todo el mundo temprano a mi casa y desde allí a la de Cardanni para vigilar sus movimientos. Cuando le vayamos a dar la paliza llamad a vuestros hombres. Antes no, para no llamar la atención. Está todo en los papelitos. Cuidado con la policía. Señores, hasta más ver –dijo Gianluca inclinando su sombrero en señal de despedida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario